LA LEY DEL AMOR
En nuestra última lección, vimos que el mayor problema que la nueva creación encara es el problema del amor. Veremos ahora por qué es así. Dios es amor (1Jn 4.8). El nuevo nacimiento que convierte al hombre en una nueva creación, consiste en recibir la naturaleza de Dios. Consiste en recibir esta naturaleza de amor. Por lo tanto, el Espíritu Santo nos dice lo siguiente: “Carísimos, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Cualquiera que ama es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no conoce a Dios, porque Dios es amor” (1Jn 4.7-9).
La prueba del nuevo nacimiento es la prueba del amor: “Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano está en muerte” (1Jn 3.14). Estas son expresiones escudriñadoras de la verdad. Él nos dice que si un hombre ama, ha sido engendrado de Dios, le conoce; y que un hombre que no ama, no importa cuál sea su profesión religiosa, permanece en muerte espiritual y se halla alejado de Dios.
Si no fuera por el conocimiento del vocablo griego usado para amor aquí, estos pasajes serían difíciles de entender; porque estamos familiarizados con cierto tipo de amor que pertenece al hombre que nunca ha nacido de nuevo. La palabra que se emplea para amor en el griego es “Ágape”. Parece que Jesús acuñó esta palabra cuando expresó la nueva ley que iría a gobernar a la nueva creación, en las siguientes palabras: “Un nuevo mandamiento os doy, que os améis los unos a los otros; como yo os he amado, que también os améis los unos a los otros” (Jn 13.34).
Él deseaba expresar algo y no podía echar mano de ninguna palabra de uso corriente en griego. Él había traído al mundo algo nuevo; algo que se había perdido para el mundo desde la caída de Adán. Era el amor de Dios que había sido desplazado por el egoísmo en el corazón del hombre. Allí se había usado un verbo, pero no el sustantivo “Ágape”.
El hombre tendría que recibir una nueva naturaleza que lo colocara dentro de una nueva familia y le diera un nuevo Padre. Tendría que ser gente nueva, una creación nueva, y debía haber un lenguaje que se ajustara a este nuevo Reino y a esta nueva Familia. Tendrían que ser trasladados del reino de las tinieblas al reino del Hijo, al de Su amor, y en este nuevo reino debían poseer un lenguaje conveniente. Debían tener leyes adecuadas también, por eso dice: “Un nuevo mandamiento os doy... En esto conocerán todos que sois mis discípulos; si tenéis “Ágape” el uno para el otro”.
Un nuevo amor manifestaría al mundo que se habían convertido en hijos de un Dios de amor. Los discípulos, no entendieron el significado de esta nueva palabra hasta el Pentecostés. Vislumbramos un poco de ello en Romanos 5.5: “Porque el amor de Dios está derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo”. ¿Qué es lo que ha sido derramado? Es el amor de Dios. Es la manifestación de la naturaleza Divina dentro de nosotros.
La vida vegetal en el árbol de durazno se manifiesta primero en la hoja, luego en la flor, y después en el fruto maduro y delicioso. La naturaleza de Dios, la vida eterna, se manifestará del mismo modo en la naturaleza, la conducta y la manera de hablar del hijo de Dios. Cuando alguien nace de arriba, la naturaleza del Padre entra a su espíritu. Dicha naturaleza tendrá que manifestarse en amor. Se trata del amor Divino que es radicalmente diferente de nuestro amor humano, aunque opera por medio de las mismas aptitudes.
Cuando nació la iglesia en el Pentecostés, el fenómeno de los judíos que deliberadamente entregaban sus propiedades y realizaban otros actos igualmente extraños, fueron las primeras manifestaciones de esta nueva clase de amor que había venido a la tierra: “Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo algo de lo que poseía; mas todas las cosas les eran comunes. Y los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con gran esfuerzo; y gran gracia era en todos ellos. Que ningún necesitado había entre ellos, porque todos los que poseían heredades o casas, vendiéndolas, traían el precio de lo vendido, y lo ponían a los pies de los apóstoles; y era repartido a cada uno según sus necesidades” (Hch 4.32-35).
Esto era el “Ágape” manifestándose en las vidas de la nueva creación. El poder del Pentecostés fue el “amor”. Ahora contrastaremos este amor que emana de la naturaleza Divina, con el amor del hombre natural.
I. “Ágape” y “Phileo”
La palabra común griega usada en los días de Jesús, era “phileo”, que significa “amor humano”, como el amor de una madre para su hijo, como el amor del esposo para la esposa. Este era el más alto tipo de amor que el hombre había conocido.
No había otra palabra que expresara un tipo más alto de amor que “phileo”. Este amor humano, común a todos nosotros, es el más hermoso bien de los humanos, pero al más peligroso. Este amor “Phileo” es la diosa de los juzgados de divorcios; es la sacerdotisa del sufrimiento humano; el padre de la mayor parte de nuestras lágrimas, de nuestras tristezas y de las agonías del corazón. Se convierte en celos y en crimen con el menor pretexto. Es egoísmo puro; se alimenta solamente del propio deleite.
Jesús trae una nueva clase de amor, un amor que no busca lo suyo. Esta nueva clase de amor es la religión verdadera de la naturaleza esencial de Dios. El amor humano es la expresión de lo humano; esta nueva clase de amor es la expresión de Dios. El antiguo amor brota del corazón natural; el nuevo amor del corazón recreado. Uno es la manifestación de Dios en el nuevo hombre; el otro, del hombre natural. El “yo” es el centro en torno del cual se mueve el “phileo”; el “Ágape” tiene un nuevo centro. Este centro es Dios, obrando por medio de la vida de Sus hijos.
No puede haber actualmente manifestaciones del “Ágape” sino al través de aquellos que han llegado a ser participantes de la naturaleza Divina. No hay tal cosa como el Ágape sintético. Es ésta la única cosa que no se puede duplicar. Es éste el distintivo del cristianismo. Es ésta la manifestación de Dios en la carne. Es éste el corazón de Dios latiendo en lo humano.
“Ágape” no es sólo la ley de la Familia de Dios, sino también la vida y el gozo de la Familia. Esto hace del cristianismo un modo de vida más bello que cualquiera de las religiones de la tierra. Hace de la vida de los santos la vida más dulce y más fragante que cualquiera otra vida.
Su oración bajo la persecución es “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Exhala la fragancia del perdón. Es el valor vestido de humildad. Es la fuerza vestida de bondad. Hace que los fuertes lleven las cargas de los débiles; que los ricos paguen las cuentas de los pobres; que los cultos se conviertan en compañeros de los ignorantes. Es Cristo manifestándose entre los hombres.
II. El “Ágape” Analizado
Sería difícil definir lo que es el “Ágape”. El Espíritu Santo, por medio del apóstol Pablo, nos ha dicho de qué está formado. 1 Corintios 13 es celestial. No ha sido tocado por la mente humana. Es la propia descripción de Dios y de Su vida obrando por medio del hombre.
Versículo 1: “Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo “Ágape”, vengo a ser como metal que resuena o címbalo que retiñe”. La capacidad para las lenguas es una de las más apreciadas. Pero si yo entiendo todas las lenguas de la tierra, y puedo descifrar los jeroglíficos de los monumentos erigidos por las naciones olvidadas; y si puedo entender el lenguaje de las huestes angélicas, pero no tengo “Ágape,” vengo a ser como metal que resuena o címbalo que retiñe. Esto despoja al cristianismo de sus vestiduras verbales y lo deja desnudo. Esto es lo que nos proporciona la razón de las iglesias vacías, del fracaso de las escuelas dominicales para retener a sus jóvenes, y del fracaso del cristianismo en los negocios y en la vida social. Los hombres se han convertido en meros címbalos resonantes y en platillos que retiñen. Ello da la explicación de por qué los periódicos religiosos modernos van mendigando subscriptores: platillos que retiñen, címbalos resonantes, palabras huecas, palabras, palabras, palabras, siempre palabras, sólo palabras, palabras huecas.
Versículo 2: “Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que traspasase los montes y no tengo “Ágape”, nada soy”. Aquí se encuentra otro de los grandes deseos universales del hombre: el don de profetizar, la capacidad de predecir los acontecimientos futuros, de conocer la solución de los grandes problemas del mundo como son las divisiones entre las naciones, el resultado de la lucha entre el capital y el trabajo, y la solución del problema social.
Si alguien tuviera la capacidad de predecir el futuro, ningún edificio podría contener a la gente que deseara escucharlo. Ningún autor recibiría por palabra la inmensa suma que un escritor con tal capacidad demandaría y recibiría. Si alguien poseyera este don maravilloso, pero no poseyera el “Ágape”, y así lo dice Dios, y sus palabras no estuvieran empapadas de ternura y de lágrimas, “no sería nada”.
“...y si conociera todos los misterios y toda ciencia, y si tuviera toda la fe...” Ahora Él está tocando el corazón de todos nosotros. Cómo hemos anhelado tener ciencia; cómo hemos suspirado por descorrer la cortina y mirar tras el escenario y leer allí la revelación de los misterios de la naturaleza que nos rodea. Cómo hemos luchado por esa fe que mueve montañas, y sin embargo, un soplo es suficiente para barrer con nuestros sueños y para cortar la raíz de nuestras ambiciones.
Tal vez sería una gran bendición el que nosotros pudiéramos acercarnos a la humanidad con una comprensión de toda ciencia y de todos los misterios y con una fe que removiera montañas. No obstante, Dios dice que si no tenemos “Ágape”, no seríamos nada.
Versículo 3: “Y si distribuyera todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y entregara mi cuerpo para ser quemado, y no tengo Ágape, de nada sirve” Eso significa que si alguien fuera capaz de alimentar a todos los pobres de esta generación; construir bibliotecas y hospitales en cada ciudad y pueblo; y consumirse así en un esfuerzo filantrópico, y no tiene “Ágape”, de nada le sirve.
Ha desperdiciado su vida. Es como si hubiera vaciado agua sobre un montón de arena.
¿Qué es esto sin lo cual se constituyen en fracasos el esfuerzo, el conocimiento y los logros humanos? ¡Ah! es el nuevo amor, la revelación del corazón de Dios que Jesús trajo a la tierra. Es una revelación, pero es algo más, es la vida de Dios derramándose en nuestro corazón, manifestándose por nuestras palabras y nuestra conducta. Es el latido del mismo corazón de Dios manifestándose en una atmósfera que procede de nuestro espíritu para ser bendición y consuelo a un mundo necesitado.
Es la respuesta de Dios al quebrantado corazón humano.
Pablo nos dice que el “Ágape” es sufrido y es benigno. El “phileo” puede sufrir, pero se exaspera bajo la carga. El “Ágape” no tiene envidia. El “phileo” siempre se ha manifestado en envidia y en celos.
El “Ágape” no es jactancioso, no se ensoberbece. El “phileo” siempre se jacta. El "yo‟ es el centro sobre el cual se mueve. Si se priva al “phileo” del egoísmo, se derrumbará, porque en ello reside su fuerza.
El “Ágape” no se porta indecorosamente. El “phileo” ventila sus ofensas en los juzgados de divorcios; cultiva celos salvajes y con frecuencia derriba a sangre fría al objeto de su afecto. El “Ágape” no busca lo suyo. La lucha del “phileo” desde que nace hasta que muere es por conseguir y retener lo suyo. Se vuelve desdichado y miserable. Se vuelve deshonesto y traicionero. Su lema es: “En el amor y en la guerra todo es válido”. Cree en aquello de “hacerle al otro antes que el otro te lo haga”. Es un déspota cruel, pero es lo mejor que este mundo antiguo tuvo desde la caída de Adán hasta que Jesús vino.
El “Ágape” no toma en cuenta el mal. El “phileo” siempre está discutiendo y celebrando el escándalo.
El “Ágape” no se regocija en la injusticia, mas se regocija con la verdad. El “phileo” no puede entender esto. Se vuelve al odio y a la venganza a la primera provocación, y siempre se regocija en la caída de su enemigo. No puede regocijarse con la verdad si la verdad no lo complace.
El “Ágape” no se irrita. El “phileo” es demasiado sensible y difícil de manejar. Se irrita fácilmente, y nos dice que es muy sensible y que no debe ser despreciado. Esa sensibilidad es, y siempre lo ha sido, del diablo.
El “Ágape” todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El “Ágape” nunca sufre bancarrota. El “phileo” disipa su fortuna en la juventud en una vida desenfrenada, y antes de llegar a la fuerza de la madurez, está en peligro de estrellarse contra las rocas del fracaso.
¿Qué es el “Ágape”? Juan nos dice que el “Ágape” es Dios mismo. En otras palabras, este nuevo amor que Jesús trajo al mundo es la naturaleza del Gran Creador la cual Él se propuso que fuese la naturaleza del hombre y que gobernase el reino animal. Pero con la caída de Adán, la muerte espiritual tomó su lugar, y de esta espantosa naturaleza diabólica brotan el odio, la venganza y la incredulidad. Un espíritu de inquietud tiene asida a toda la naturaleza.
El hombre y la bestia están dominados hoy por este poder extraño y nada natural; y no obstante, el corazón de los humanos y de los animales sollozan por ese “Ágape”, cuando los fuertes dejen de alimentarse de los débiles, cuando los pobres dejen de ser explotados por los ricos, y Dios gobierne sobre todos. El “Ágape” es la nueva Ley de la Familia Divina, las nuevas creaciones.
PREGUNTAS
1. ¿Por qué la prueba del nuevo nacimiento es la prueba del amor?
2. Defina lo que significa “phileo” y “Ágape”.
3. ¿Cuándo entendieron los discípulos por vez primera el significado de “Ágape”?
4. Haga una exposición de 1 Corintios 13.
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