sábado, 30 de octubre de 2021

Estudios Básicos de la Biblia - E. W. Kenyon - Lección 29


Lección 29 
LA LEY DE LA NUEVA CREACIÓN 


Nuestras dos últimas lecciones trataron del Señorío de Cristo quien es la Cabeza de la nueva creación: “Y él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, él que es el principio, el primogénito de los muertos, para que en todo tenga el primado” (Col 1.18).

Ya hemos visto que el Señorío de Cristo, nuestra Cabeza, sobre el pecado, sobre la enfermedad, sobre Satanás y sobre las circunstancias, significa que somos libres de todo eso como Él lo es. El Señorío de Cristo significa que el pecado y la enfermedad ya no son problemas, y ya no existen para la nueva creación. No hay necesidad de más luchas con el pecado, de más batallas con el adversario; sólo tenemos que actuar sobre la Palabra de Dios. 

Al estudiar la historia de la iglesia nos damos cuenta de cuán poco han entendido de la redención los grandes conductores espirituales. Durante el periodo de 1,000 años, que duró la época del oscurantismo, se perdió, para la iglesia, el significado de la redención en Cristo independientemente de las obras. Tal confusión ha ejercido su influencia sobre nosotros desde la época de la Reforma hasta nuestros días, hasta el punto de que ha sido difícil para la iglesia comprender verdaderamente la redención. 

Al leer cualquier libro sobre las experiencias de cristianos famosos del pasado, podemos ver cómo el problema del pecado y de la debilidad dominaba en su vida, y cuán poco comprendían la redención. En el mensaje contenido en la redención, Dios enfáticamente declara que el problema del pecado ha sido liquidado. Nos muestra de una vez por todas que Cristo quitó el pecado y que no hay más necesidad de ofrenda por el mismo. Él está satisfecho con Su Obra en Cristo (lea y estudie cuidadosamente los siguientes pasajes: Hebreos 9.12, 26; 10.10, 14, 18). 

La iglesia ha estado luchando con el problema del pecado a pesar de que Dios nos declara en Su Palabra que Él ya lo ha resuelto, y que ya no hay necesidad de más ofrenda por el pecado, y que ya no es necesario preocuparse por él. 

Dios nos muestra que la nueva creación queda liberada aun de la conciencia de pecado. Nótese lo que dice Hebreos 10.1-3: “Porque la. ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios, que ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se allegan. De otra manera cesarían de ofrecerse, porque los que tributan este culto, limpios de una vez, no tendrían más conciencia de pecado”. 

Nótese que la Palabra declara que los sacrificios bajo el Antiguo Pacto no perfeccionan a los que los ofrecen. Nos dice que si fuera así, los adoradores habrían sido libertados de la conciencia de pecado. Por consiguiente, Dios no estaba satisfecho (léase He 10.5, 14) y envió a Su Hijo para que hiciera lo que la ley y sus sacrificios, no podían hacer; es decir, perfeccionar a aquellos que ofrecían dichos sacrificios. Él declara en el versículo 14: “Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados”. Él ha perfeccionado a la nueva creación por una redención eterna y completa: “Mas por Su propia sangre, entró una sola vez por todas en el santuario, habiendo obtenido redención eterna” (He 9.12). 

El ha hecho libre a la nueva creación aun de la conciencia de pecado. Satanás ha hecho a la iglesia consciente de pecado cuando debiera haber estado consciente de amor. Con la mente ocupada en el problema del pecado, la iglesia ha perdido su verdadero objetivo. Con una mente gobernada por la conciencia de pecado, la iglesia ha fracasado en tener la mente de Cristo. 
 
I.  La Cuestión del Amor 
 
Hay solamente una cuestión importante para la nueva creación, y es “andar en amor”. Hay solamente una ley que gobierna a la nueva creación, la Ley del amor. Hay un mandamiento que ha recibido, el mandamiento del amor: “Un nuevo mandamiento os doy, que os améis unos a otros; como os he amado, que también os améis los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Jn 13.34-35). 

El único problema que la nueva creación tiene se nos da en Filipenses 2.5-6: “Haya, pues, en vosotros, este sentir que hubo también en Cristo Jesús; el cual, siendo en forma de Dios, no tuvo por usurpación ser igual a Dios; sin embargo, se anonadó a Sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y hallado en la condición como hombre se humilló a Sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”. 

El autor de la epístola nos manifiesta aquí, que espera que la nueva creación tenga la misma mente de Cristo. Esto revela una redención completa. El Dios omnipotente del universo está diciendo: “Os he redimido tan completamente del pecado, de la debilidad, de la enfermedad, de las circunstancias y de todas las obras del adversario, que espero que vosotros tengáis la misma mente de mi Hijo. Como el hombre piensa en su corazón, así es”. 

Él nos está diciendo: “Yo deseo que vosotros penséis como piensa mi Hijo: que seáis como Él es; que viváis como Él viviría si estuviera en vuestro lugar; que actuéis como Él actuaría; que seáis como Él sería”. “Que haya en vosotros la misma mente que hubo en Cristo Jesús”. Este es el problema que la nueva creación encara; la mente de Cristo se manifestó en una actitud de amor y humildad. Nosotros sabemos lo que es el amor por la revelación de Su vida: “En esto hemos conocido el amor, porque Él puso Su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos” (1Jn 3.16). 

Él existió en forma de Dios. Todo lo que Dios era, Él fue. Él era la misma imagen de Su substancia (He 1.3). Él pensó como Dios pensó. Vivió como Dios vivió. Amó como Dios amó. Existió en forma de Dios. Él era tan perfectamente uno con Dios, que dijo a Felipe: “El que me ha visto ha visto al Padre” (Jn 14.9). 

El realmente dijo esto: “Felipe, durante los tres años que ustedes han estado conmigo, han visto al Padre, la misma substancia de Su Naturaleza. En mis actos, han visto los actos del Padre; en mis palabras han escuchado la palabras del Padre; en Mí, han visto al Padre, porque Él y Yo somos uno”. Jesús existió en forma de Dios. Todo lo que la palabra “Dios” significa, Él lo fue. Vivió en absoluta igualdad con Él. Nuestra mente no puede comprender todo el significado de la palabra “Dios”, porque somos hechura de Su mente y de Sus manos, pero “los cielos declaran la gloria de Dios; y el firmamento nos muestra la obra de Sus manos” (Sal 19.1). 

Nosotros estudiamos el Universo que nos rodea conscientes de que éste es la obra de Sus manos. La grandeza del universo está más allá de nuestra comprensión. Nosotros no podemos sondear la distancia de las estrellas que se encuentran a quintillones de kilómetros de nosotros. Sabemos que el Creador de esta inmensa obra es más grande todavía. Sabemos que en los dominios del átomo invisible se manifiesta el mismo orden inteligente que gobierna el Universo de las estrellas. Y sabemos que el Creador es tan inteligente como el orden inteligente de la creación. 

El Universo contiene personas que piensan, sienten, aman, sufren, seleccionan y determinan. Y sabemos que el Creador de estos seres personales debe ser personal también. La Palabra “Dios” eso mismo significa para nosotros. Todo lo que significa eso es Él. Él es un Dios de amor, y el amor, lo obligó a hacer lo siguiente: se despojó de Su gloria. Él, que era igual a Dios, tomó la forma de siervo. Fue hallado en la condición y semejanza de hombre. Cambió la forma de Dios por la forma de un hombre. 

Él, el Creador, tomó la forma de la obra de Sus manos; Él, el Creador, se despojó y se limitó hasta el grado de que vivió y anduvo en Su propia Creación. Él, por quien había sido creado este vasto e inconmensurable Universo, vino a habitar en este pequeño planeta; nuestra tierra. Luego, se humilló a Sí mismo, se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Y Él, que era tan santo como Dios, tan intocable por el pecado como Él, fue hecho pecado (2Co 5.21). 

El sufrimiento divino causado a Cristo cuando fue hecho pecado, es único. No tiene analogía. No podemos medirlo con nada de lo que conocemos. El Pecado de Adán, la naturaleza pecaminosa que pasó a todos los hombres, todo lo terrible de ello traspasó el corazón de Dios mismo. 

II.  La Fe de Cristo en el Amor 

Nos preguntamos, ¿por qué lo hizo así? ¿Por qué tan tremendo sacrificio hecho por Uno tan grande? La respuesta es: el Hijo de Dios creyó en el amor. Dios es amor. En esto se manifestó Su amor: “Porque Cristo, cuando aún éramos flacos, a su tiempo murió por los impíos. Ciertamente apenas muere alguno por un justo; con todo podrá ser que alguno osara morir por el bueno. Mas Dios encarece Su caridad para con nosotros, porque siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Ro 5.6-8). “Porque Cristo no se agradó a sí mismo; antes bien, como está escrito: Los vituperios de los que te vituperan cayeron sobre mí” (Ro 15.3). 

Los reproches del hombre que había reprochado a Dios, cayeron sobre Él. Los pecados del hombre que había pecado contra Dios, cayeron sobre Él. El juicio del hombre cayó sobre Él. Las enfermedades, las debilidades del hombre cayeron sobre Él. En esto se manifestó Su amor. El Hijo de Dios encaró el problema del pecado, la entrada de éste en el mundo por el crimen de alta traición de Adán, y su imperio sobre el género humano. 

El sabía que por el sacrificio de Sí mismo podría quitar el pecado. Sabía que podría sufrir en lugar del hombre. Sabía que podría reducir a Satanás a la nada en favor del hombre. Él creía en el amor y obedeció los dictados del amor. Él conocía la recompensa del amor. Sabía que experimentaría gran gozo cuando el amor hubiera triunfado. Conocía los frutos que el amor recogería. Sabía que el amor habría de triunfar. 
 
III.  El Problema de la Nueva Creación 
 
Ahora el problema, la cuestión que la nueva creación encara, es el mismo problema que Cristo encaró. El hombre que se ha convertido en una nueva creación en Cristo, encara la necesidad del hombre espiritualmente muerto. No le es dado el morir por otros como lo hizo Cristo, pero su lugar es tan esencial como lo fue el de Cristo. A la nueva creación se ha encomendado el mensaje de la redención para entregarlo a la humanidad: “Y todo esto es de Dios, el cual nos reconcilió a sí por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; porque ciertamente Dios estaba en Cristo reconciliando el mundo a sí, no imputándole sus pecados, y puso en nosotros la palabra de la reconciliación; así que, somos embajadores en nombre de Cristo” (2Co 5.18-19). 

La obra de Cristo fue la de efectuar la reconciliación entre Dios y el hombre: “Y por él reconciliar todas las cosas a sí, pacificando por la sangre de su cruz, así lo que está en la tierra como lo que está en los cielos... En el cuerpo de su carne por medio de muerte, para haceros santos, y sin mancha, e irreprensibles delante de él” (Col 1.20, 22). 

Efesios 2.11-22 también muestra Su reconciliación entre Dios y el hombre. Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo a Sí, pero nos ha encomendado a nosotros, los nuevos hombres en Cristo, el mensaje de la reconciliación. Cristo creyó en el amor e hizo Su parte. Aparentemente la redención había fracasado. Cuán pocos han sido alcanzados con el mensaje de la reconciliación. Pero Dios no ha fracasado y Cristo tampoco. Es el Cuerpo de Cristo (Su iglesia) el que ha fallado en llevar el mensaje de la redención a la humanidad. Si el Cuerpo de Cristo hubiera sido de la misma mente de Cristo, la historia del mundo habría sido diferente. 

Pablo vio el problema real que encara la nueva creación y nos lo menciona en 2 Corintios 5.13-14: “Porque si estamos locos, es para Dios; y si somos cuerdos, es para vosotros. Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: Que si uno murió por todos, luego todos son muertos”. Pablo creyó en el amor a tal grado, que lo tomaron por loco. La respuesta de Pablo fue: “El amor de Cristo ha tomado posesión de mi corazón. Comprendo que la muerte de Cristo fue la muerte de todos”. El mismo amor que movió a Cristo a morir por el hombre, constriñó el corazón de Pablo y lo obligó a vivir por los demás. 

La actitud del amor hacia nuestros semejantes es esta: “Los amo como si yo hubiera muerto por ellos”. El amor nos hará embajadores tan ansiosos de ganar hombres como si hubiéramos muerto por ellos para lograr la reconciliación. Pablo había captado la visión del amor. El gran imperio romano fue evangelizado en gran parte por sus esfuerzos. Pablo creyó en el amor y se fue al mundo pagano como embajador de Cristo, totalmente consciente de que su mensaje sería una ofensa para los judíos, locura para los griegos y un hazmerreír para los romanos. 

No obstante, él sabía que sólo el mensaje de la reconciliación en Cristo satisfaría la necesidad del hombre. El testimonio del amor es el siguiente: “Y yo con todo gusto gastaré y me desgastaré enteramente por vuestras almas” (2Co 12.15 Versión A.F.E.B.E.). Dios está diciendo: “Yo deseo que vosotros améis como mi Hijo amó. Vosotros podéis hacerlo porque somos uno. Mi naturaleza es vuestra; mi amor es vuestro”. Nos está pidiendo que nos rindamos al Señorío de Su amor dentro de nosotros: “Porque el amor de Dios está derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos es dado” (Ro 5.5). 

Efesios 3.16-19 es nuestro, “Que os dé conforme a la riquezas de Su gloria, el ser corroborados con potencia en el hombre interior por Su espíritu. Que habite Cristo por la fe en vuestros corazones: para que, arraigados y fundados en amor, podáis bien comprender con todos los santos cuál sea la anchura y la longitud y la profundidad y la altura y conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios”. 

Él nos llena con Su plenitud para que podamos amar como Él ama. En Romanos 15.1-3 se nos enseña la actitud del amor: “Así que, los que somos más firmes debemos sobrellevar las flaquezas de los flacos, y no agradarnos a nosotros mismos. Cada uno de nosotros agrade a su prójimo en bien, a edificación. Porque Cristo no se agradó a sí mismo; antes bien, como está escrito: Los vituperios de los que te vituperan, cayeron sobre mí”. 

El amor lleva las debilidades del débil como si fueran suyas. Cristo no se agradó a Sí mismo, sino que llevó los pecados, las enfermedades y el juicio de los demás. El amor no critica ni condena, pero sí obliga a que la nueva creación en Cristo ore por el que está dominado por el pecado como si él mismo hubiera sido hecho pecado por su prójimo. El amor nos constreñirá a orar por los enfermos como si nosotros fuéramos los que habríamos de sufrir sus enfermedades y sus dolores. Amar, es tener la mente de Cristo. El nuevo hombre en Cristo, que toma el lugar de Cristo, tiene una deuda de amor con la humanidad: “No debáis a nadie nada, sino amaros unos a otros” (Ro 13.8). Es este el problema que la nueva creación encara, la deuda de amor que tenemos con la humanidad. 
 
PREGUNTAS 
 
1. ¿Por qué la iglesia no ha podido ver una redención completa? 

2. Cite y explique algunos pasajes donde se demuestre que Dios considera resuelto el problema del pecado. 

3. ¿Por qué la iglesia perdió de vista el verdadero problema que la nueva creación encara? 

4. Dé una explicación de Filipenses 2.5-6. 

5. ¿Cuál es la obra encomendada al Cuerpo de Cristo? 

6. ¿Cual es el significado de la confesión de Pablo en 2 Corintios 5.14? 

7. ¿Cuál es la actitud del amor hacia los perdidos y los enfermos? 

8. ¿Cómo hizo Dios posible para nosotros el amar como Cristo amó? 

9. Explique Romanos 13.8. 
 

viernes, 29 de octubre de 2021

Estudios Básicos de la Biblia - E. W. Kenyon - Lección 28


Lección 28 
EL SEÑORÍO DE CRISTO 
(Continuación) 
 
Continuamos en esta lección nuestro estudio sobre el Señorío de Cristo. En la lección anterior aprendimos que Dios había hecho a Jesús Señor: “Sepa pues ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús que vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo” (Hch 2.36). En esta lección estudiaremos a Cristo como nuestro Señor personal. Veremos lo que Su Señorío significa para nosotros en lo personal. 

Él había muerto como el Cordero de Dios. Había sido crucificado en debilidad: “Porque aunque fue crucificado por flaqueza, empero vive por potencia de Dios” (2Co 13.4). Cuando resucitó, resucitó como Señor. 

En su muerte fue como un cordero, conducido al matadero. Por la opresión y por el juicio fue quitado. Sin embargo, se levantó de entre los muertos como conquistador absoluto. Derrotó a Satanás, quien tenía el señorío sobre el hombre. Lo conquistó delante de sus legiones, delante de sus siervos, en la región tenebrosa de los condenados; y en ese lugar terrible se levantó como el Vencedor y Señor absoluto. Y el permanece hoy, delante de los tres mundos, el cielo, la tierra y el infierno, como el Vencedor absoluto del antiguo enemigo del hombre (He 2.14). 

No nos maravilla el que, recién obtenidas Sus victorias, haya dicho a los discípulos: “Toda potestad me es dada en el Cielo y en la tierra” (Mt 28.18). Él se levantó como Señor, y hoy no existe potestad en el cielo, en la tierra o en el infierno, que no se doblegue ante la autoridad de Su Nombre (Fil 2.9-10). 
 
I.  La Necesidad de Su Señorío 
 
La necesidad personal que tiene el hombre del señorío de Cristo es hoy prácticamente una verdad ignorada. Como regla general, se le enseña al hombre no salvado que necesita el perdón de sus pecados. Lo que en realidad necesita el hombre no salvado, es un nuevo Señor, un nuevo Amo. El hombre natural vive esclavo del pecado y en rebeldía contra Dios porque Satanás es el Señor de su vida. 

El crimen de Adán consistió en entregarse al señorío de Satanás. Satanás es el señor en el imperio de la muerte espiritual: “...al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo” (He 2.14). La humanidad se identificó con Adán en su crimen de alta traición (Ro 5.12), y como resultado de tal identificación quedó sometida al señorío personal de Satanás. 

El hombre vive en el imperio de la muerte espiritual porque Satanás es el señor de su vida. Toda exigencia del hombre, sea material, física, mental o espiritual, se centraliza en el señorío de Satanás sobre su vida. Todo sufrimiento humano es el resultado del señorío satánico sobre la humanidad. El sufrimiento humano puede ser causado por la crueldad y el egoísmo de los demás, por nuestros propios pecados, por la enfermedad, por las circunstancias, pero todo eso pertenece al imperio satánico. 

Por lo tanto, la dificultad del hombre se centraliza en la necesidad de un nuevo Señor. Satanás es un capataz cruel. Él es quien destruye el alma y el cuerpo en el infierno (Mt 10.28). El hombre necesita un Señor-Amor, un Amo-Amor. El propósito de la lección previa fue demostrar que sobre bases legales, el Hijo de Dios destronó a Satanás de su posición como señor del hombre y como dios de este mundo: “Para destruir por la muerte al que tenía el imperio de la muerte, es a saber, al diablo, y librar a los que por el temor de la muerte estaban por toda la vida sujetos a servidumbre” (He 2.14-15). 

Otra traducción del griego dice así: “Para que Él paralizara a aquel que tuvo la autoridad de la muerte”. Las Escrituras son claras al respecto y afirman, que el cruel amo del hombre fue reducido a la nada. Todo hombre y toda mujer no salvados que vivan en la esclavitud de la muerte espiritual, tienen el derecho legal al Señorío Amoroso de Cristo sobre su vida. El Señorío de Cristo significa una nueva naturaleza, una nueva Familia, un nuevo Padre, Cristo murió y resucitó para poder satisfacer la necesidad del hombre de un nuevo Señor: “Porque Cristo para esto murió y resucitó: y volvió a vivir, para ser Señor así de los muertos como de los que viven” (Ro 14.9). 

¡Qué mensaje tan jubiloso, qué nuevas tan alegres tenemos que comunicar al mundo no salvado! ¡El mensaje de este nuevo Señor para el hombre! “Porque el mismo que es Señor de todos, rico es para con todos los que le invocan” (Ro 10.12). Toda necesidad del hombre puede ser satisfecha de acuerdo con las riquezas en gloria en Cristo Jesús. Como la Escritura continúa: “Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo” (Ro 10.13). Por un simple acto en que el hombre invoque a este nuevo Señor, el poder y la autoridad de Satanás, el antiguo señor, serán quebrantados en su vida. Pero, “¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán a aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?” (Ro 10.14). Seamos, pues, fieles en dar a conocer el Señorío de Cristo. 
 
II. Confesar Su Señorío, el Camino a la Salvación 
 
Siendo que la necesidad del hombre solo puede ser satisfecha por el Señorío de Cristo sobre su vida, la confesión de ese Señorío es el camino a la salvación. La redención es toda de gracia. Es la obra de Dios, no del hombre: “Porque por gracia sois salvos por la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios. No por obras, para que nadie se gloríe” (Ef 2.8-9). 

Lo único que le corresponde hacer al hombre es confesar el Señorío de Cristo. Es este el más alto orden de arrepentimiento. El arrepentimiento no consiste en llorar o gritar por los pecados cometidos en el pasado. Un hombre puede entristecerse por la manera en que ha vivido; no obstante el imperio del pecado es el resultado del señorío satánico sobre su vida. El arrepentimiento es algo mucho más profundo que eso. El arrepentimiento es volverse del dominio de Satanás, al Señorío de Cristo. Es confesar ante los hombres y ante los demonios que estamos siguiendo a un nuevo Señor y que lo estamos aceptando en nuestra vida. 

En el momento en que alguno invita a Jesús como el Señor de su vida, la autoridad de Satanás se reduce a la nada y él es liberado de la esclavitud satánica. Para el hombre que sabe cuál es su lugar en Cristo, Satanás es como nada, como si no existiera (He 2.14). Cuando un hombre confiesa el Señorío de Cristo, pasa de la autoridad de Satanás a la autoridad de Cristo: “Quién nos ha librado de la potestad de las tinieblas y trasladado al reino de su amado Hijo” (Col 1.13). 

He aquí lo que acontece en la vida de un hombre cuando confiesa el Señorío de Cristo: Es trasladado de la potestad de las tinieblas al reino de nuestro Señor Jesucristo. Eso significa que la muerte espiritual es erradicada de su espíritu. Termina la esclavitud de Satanás. Recibe la naturaleza de Dios cuando recibe a Cristo, Se convierte en un Hijo de Dios (Jn 1.12). Un gobernante-amoroso es suyo ahora. Se encuentra ya en la familia de Dios y en el reino de Cristo. 

Ahora podemos darnos cuenta del por qué el confesar el Señorío de Cristo es el camino a la salvación. Miles habrían sido salvados de años de sufrimiento si hubieran sabido esto. El confesar el Señorío de Cristo es muy sencillo. Es decir simplemente: “Acepto a Jesucristo como mi Señor y le invito ahora mismo a entrar a mi vida”. 

Se nos dice en Romanos 10:9-10: “Porque si confesares con tu boca a Jesús por Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo; pues con el corazón se cree para justicia, y con la boca se confiesa para salvación”. 

Con la boca se confiesa para salvación”. Dios está atento a Su Palabra para realizarla. Cuando un individuo actúa de acuerdo con ella, confesando el Señorío de Cristo, Dios le imparte Su propia Vida y Naturaleza. Su confesión del Señorío de Cristo es el camino al nuevo nacimiento, el camino a la Salvación.
 
III.  Los Beneficios del Señorío de Cristo 

Así como toda necesidad espiritual del hombre se centralizaba antes en el señorío de Satanás sobre su vida, así toda bendición espiritual se centraliza ahora en el Señorío personal de Cristo sobre la vida del creyente: “Bendito el Dios y Padre del Señor nuestro Jesucristo, el cual nos bendijo con toda bendición espiritual en lugares celestiales en Cristo” (Ef 1.3). La persona que ha aceptado a Jesús como Señor, es bendecida con toda bendición espiritual. 

El verdadero hombre es el espíritu. Toda condición de empobrecimiento en la humanidad ha sido el resultado de la muerte espiritual en el espíritu del hombre. Ser bendecido con toda bendición espiritual, significa unión con la Divinidad, ser llevado de nuevo al reino de Dios, al reino de la omnipotencia. Esto trae como resultado la satisfacción de toda necesidad del hombre, sea mental, física o material. 

El Señorío de Cristo sobre la vida de un individuo significa que el pecado y la enfermedad concluyen. Para el hombre que entiende lo que significa el Señorío de Cristo, el pecado y la enfermedad dejan de ser problemas. El Señorío de Cristo significa libertad del imperio del pecado. Esta revelación Divina que nosotros tenemos nos da una clara comprensión del problema del pecado, de su origen, de su dominio sobre el hombre y de su destrucción. 

La Palabra nos enseña que el pecado entró al mundo por un hombre (Ro 5.12). Romanos 7 nos deja oír el grito sin esperanza de un hombre espiritualmente muerto que desea liberarse de la esclavitud del pecado. Esta fue la experiencia de Pablo antes de nacer de nuevo. Su mente había sido desadormecida por la ley, pero el pecado que moraba en él, le impedía observarla por completo (Ro 7.7-24). El testimonio de Pablo demuestra que él era carnal, vendido al pecado o esclavo del pecado (Ro 7.14). 

Apareció entonces un Hombre con el propósito de quitar el pecado: “Y sabéis que Él se ha manifestado para quitar los pecados, y en Él no hay pecado” (1Jn 3.5, Versión A.F.E.B.E.). Él fue sin pecado. No conoció pecado (2Co 5.21). Nunca antes había conocido sus dolores ni su dominio. Nunca había pasado por la experiencia de Pablo. Pero ahora Jesucristo fue hecho pecado: “Dios le hizo pecado por nosotros” (2Co 5.21). 
Luego Él murió al pecado. Romanos 6.10 (Versión Española A.F.E.B.E.) dice: “La muerte no tiene dominio sobre Él. Porque el morir suyo fue un morir al pecado de una vez para siempre”. Él quitó el pecado: “De otra manera sería necesario que hubiera padecido muchas veces desde el principio del mundo: mas ahora una vez en la consumación de los siglos, para deshacer el pecado se presentó por el sacrificio de sí mismo” (He 9.26). 

Quitó el pecado y lo dejó como si nunca hubiera existido y ahora en Él no hay pecado (1Jn 3.5). Y continúan las Escrituras en el versículo seis: “Cualquiera que permanece en Él, no peca”. El Señorío de Cristo significa una total unidad con Él. Significa una unión tan íntima, que la cohesión de la vid y los pámpanos fue usada por el Espíritu Santo, como una ilustración de ella. Para Cristo el pecado no tiene poder. Él es nuestro Señor. El pecado no tiene poder sobre nosotros como no lo tiene sobre Cristo. Reconocer plenamente el Señorío de Cristo es aceptar que el pecado no tiene ya poder sobre nosotros. 

La tentación para pecar es una fanfarronada del adversario. Hay que tratarla como tal. Durante Su ministerio, Cristo no se preocupó por el pecado o por el poder de éste sobre Su vida. El dijo: “El príncipe de este mundo viene, mas no tiene nada en mí” (Jn 14.30). Cristo ha destruido las obras de Satanás en el corazón del hombre. Esto significa que el pecado ha perdido totalmente su poder sobre la nueva creación, porque el pecado tiene su origen en Satanás: “El que hace pecado es del diablo, porque el diablo peca desde el principio; para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo” (1Jn 3.8). 

Si el pecado tiene su origen en Satanás, y si Satanás ha sido reducido a la nada, podemos fácilmente entender que las obras de Satanás han sido destruidas y que ya no tiene ningún poder sobre la nueva creación. Empero, cabría preguntar: ¿Qué es el pecado para la nueva creación? 

Pecado es todo aquello que nos impide andar en compañerismo con el Padre y el Señor. 1 Juan 1.5-10 nos revela que aquello que impide que andemos en la luz es el pecado. Andar en la luz significa “andar en la luz de Su Palabra”. El Salmo 119.105 declara: “Lámpara es a mis pies Tu Palabra, y lumbrera a mi camino”. La Palabra, nuestra Luz, nos revela nuestro lugar en Cristo, nuestros privilegios y nuestras responsabilidades. Nos revela nuestro lugar de victoria en Cristo. Andar en la luz de Su Palabra es andar en nuestros privilegios y responsabilidades. El pecado, por consiguiente, es todo aquello que motiva que la nueva creación ande en fracasos y debilidades ante la realidad de que Cristo ha sido hecho nuestra fortaleza. La incredulidad que nos aparta del reposo y de la quietud en Él, es pecado; porque “todo lo que no es de fe, es pecado” (Ro 14.23). 

Ya hemos visto que el pecado, cualquiera que sea la forma en que aparezca, no tiene poder sobre la nueva creación. El Cuerpo de Cristo debe comprender esto librándose de los engaños del adversario: “Y el mismo Señor de paz os dé siempre paz en toda manera” (2Ts 3.16). Cristo es el único que puede darnos paz. 
 
PREGUNTAS 
 
1. Describa el Señorío de Satanás sobre el hombre no redimido. 

2. ¿Qué clase de nuevo señorío necesitó el hombre? 

3. Demuestre cómo todo hombre tiene derecho legal al Señorío de Cristo. 

4. Explique por qué es necesario confesar el Señorío de Cristo para ser salvos.
 
5. ¿Qué experiencias personales nos da Pablo en el capítulo siete de Romanos? 

6. Explique claramente por qué el pecado deja de ser un problema para la nueva creación. 

7. Diga cómo la enfermedad no tiene poder sobre la nueva creación. 

8. ¿Por qué el Señorío de Cristo significa ser liberado de toda necesidad? 

9. Explique 2 Tesalonicenses 3.16. 

10. ¿Buscó usted y estudió cuidadosamente cada uno de los pasajes mencionados en esta lección? 
 
 
 

jueves, 28 de octubre de 2021

Estudios Básicos de la Biblia - E. W. Kenyon - Lección 27


Lección 27 
EL SEÑORÍO DE CRISTO 
 
Una de las verdades más vitales en esta revelación dada al hombre, es que Jesucristo es el Señor de todo. En nuestros días, en este Universo, Él tiene la posición de Señor. Su ministerio como Señor es tan importante, que no nos atrevimos a incluirlo en la lección 25, en la que tratamos del ministerio actual de Cristo. Conocer que Jesús es Señor, es esencial para una vida cristiana victoriosa; por consiguiente, vamos a dedicar dos lecciones completas a este estudio. 

Como 700 veces en el Nuevo Testamento se le da a Cristo el título de “Señor”. Él ha reconquistado el Señorío sobre la creación perdido por Adán. Él es Señor sobre el pecado, sobre la enfermedad, sobre la muerte y sobre las fuerzas de la naturaleza. Él mantiene la más alta posición en el universo. Sin embargo, la verdad más grande y más dichosa, es que Él se convierte en el Señor personal del hombre. En lecciones anteriores hemos visto el derecho que el hombre tiene a la justicia, a la vida eterna, etc. En esta lección veremos que todo hombre tiene derecho legal a los beneficios del Señorío de Cristo. 

Estudiaremos este asunto en cuatro divisiones. La primera, Satanás el señor; la segunda, Cristo el conquistador; la tercera, Cristo hecho Señor; y la cuarta, Cristo, Señor personal del hombre. En el bosquejo anterior tenemos la historia de la Redención en forma breve. 
 
I.  El Señorío de Satanás 
 
La Palabra nos revela, y los hechos de la vida dan testimonio de ello, que Satanás es el señor del hombre natural, no redimido. Cristo manifestó que reconocía dicho señorío cuando lo llamó el príncipe de este mundo: “Porque viene el príncipe de este mundo; mas no tiene nada en mí” (Jn 14.30). 

En la revelación que Pablo recibió, Satanás es llamado el dios de este mundo. 2 Corintios 4.4, dice: “El dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios”. Satanás y sus legiones son llamados los gobernadores espirituales de este mundo: “Porque no tenemos lucha contra carne y sangre, sino contra principados, contra potestades, contra señores del mundo, gobernadores de estas tinieblas, contra malicias espirituales en el aire” (Ef 6.12). 

El hombre no redimido anda de acuerdo con las leyes de ellos: “En que en otro tiempo anduvisteis conforme a la condición de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora obra en los hijos de desobediencia” (Ef 2.2). No obstante, al principio, Satanás no tuvo esta autoridad sobre el género humano o la creación. Originalmente el hombre fue el señor. Dios le entregó el dominio sobre las obras de la creación haciéndolo participe con Él del gobierno del Universo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces de la mar, y en las aves de los cielos, y en las bestias, y en toda la tierra, y en todo animal que anda arrastrando sobre la tierra” (Gn 1.26-31).
 
Todavía el hombre, aun en su estado más bajo y de sometimiento, lleva dentro de sí rasgos de su posición original como copartícipe de Dios en el gobierno del Universo. En sus descubrimientos en el terreno de la ciencia, en sus clasificaciones del conocimiento, en su comprensión y uso de las fuerzas de la naturaleza, ha demostrado su capacidad mental para asociarse con la mente del Creador. 

Aquel que una vez gobernó la creación todavía demuestra capacidad como copartícipe de Dios en ese gobierno, multiplicando y mejorando los productos de la vida animal y vegetal. Ha hecho brotar las aguas en abundancia; ha convertido los desiertos en jardines; su ser se ha conmovido con las armonías del sonido, de la forma y del color de toda la creación, y las ha reproducido en oratorios, en el mármol, en la tela y en la jardinería. Fue el rey con cetro de la naturaleza. Para él la tierra fue creada y convertida en un hogar. 

Un solo hombre significa más para el corazón de Dios que todo el Universo. Con todo, este hombre obedeció la voz de Satanás, cometió alta traición y se convirtió en su súbdito. Satanás deseaba gobernar este mundo; codiciaba la posición que el hombre tenía, y la ganó convirtiéndose en el señor de éste. Se convirtió en el señor del hombre impartiéndole su naturaleza y llegando a ser para el hombre lo que Dios debió haber sido, su padre (Gn 2.15-17; 3.1-24). 

Por la entrada de la muerte espiritual, que ya hemos estudiado antes, y por su imperio sobre la humanidad, Satanás ha gobernado como Señor (estudie otra vez con todo cuidado: Ro 5.12-17 y compare con He 2.14 acerca de “la autoridad de la muerte”). 

¡Que diluvio de sufrimiento y de miseria ha traído el imperio de Satanás al corazón del hombre! Al hombre se le había entregado el dominio sobre las obras de la mano de Dios, y él puso ese vasto dominio en las manos de Satanás. De señor se convirtió en esclavo. Aun los reinos animal y vegetal han gemido bajo el señorío de Satanás (Ro 8.20-24). 

Pero Dios no dejó al hombre en esta condición desesperada para sufrir eternamente bajo el reinado de Satanás. En presencia misma del crimen de alta traición de Adán, dio la promesa de Uno que legalmente quebrantaría el señorío de Satanás sobre el género humano (Gn 3.15-18). Ya hemos estudiado antes el significado completo de esta profecía. 
 
II.  Cristo, el Conquistador 
 
Dios no podía anular lo que Adán había hecho y el hombre debía esperar hasta que llegara el libertador. 

Cristo ha quebrantado el señorío de Satanás sobre el género humano. Ha reducido por completo a la nada a aquel que por siglos mantuvo la autoridad en el imperio de la muerte (He 2.14). Hay aquí algunas cosas sobre las cuales deseamos llamar la atención. Cristo no redujo a la nada a Satanás por Sí mismo. Satanás nunca fue señor sobre Cristo. El Hijo de Dios que había existido en la eternidad sobre la misma base de igualdad con el Padre, no fue afectado por el crimen de alta traición de Adán, el cual convirtió a Satanás en el Señor de la humanidad (Fil 2.2-8). 

Aun cuando Él se convirtió en hombre, estuvo libre del dominio satánico, porque no fue engendrado por procreación natural. Él era Dios Encarnado, y por razón de Su Divinidad continuó siendo más grande que Satanás y que sus gobernadores del mundo. Cristo dijo: “el príncipe de este mundo viene, mas no tiene nada en mi” (Jn 14.30). 

La encarnación de Cristo no estableció ningunas relaciones entre Él y Satanás. Su humanidad no se sometió al dios de este mundo. Tuvo la misma clase de humanidad que Adán tenía antes de que cometiera su crimen de alta traición. Por consiguiente, en la vida de Cristo sobre la tierra, tenemos el ejemplo de una vida libre del dominio satánico. Satanás le prestó obediencia: el mal y las enfermedades se doblegaron ante Él y todas las fuerzas de la naturaleza acataron Sus mandatos. Por lo tanto, podemos ver que Cristo no conquistó a Satanás por Sí Mismo. Lo conquistó por causa del hombre. Aunque estaba libre del dominio de Satanás y el hombre no, Cristo pudo quebrantar el poder de la enfermedad sobre la vida del hombre y echar fuera demonios, pero la humanidad permanecía dentro de la autoridad de Satanás. Los hombres necesitaban ser liberados de su señorío. Necesitaban ser liberados de su naturaleza, de la cual surgían el egoísmo, los celos, el pecado, las enfermedades y la rebelión contra Dios. 
El señorío de Satanás sobre la humanidad y sobre el individuo, debía ser quebrantado por un hombre; por lo tanto, sobre la cruz, Cristo se identificó con la muerte espiritual, la naturaleza de Satanás, y como Uno unido a nosotros, conquistó a Satanás en favor del género humano: “Al que no conoció pecado, lo hizo pecado por nosotros, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2Co 5.21). 

Nosotros no entendemos la naturaleza exacta de ese combate, lo que sabemos es que cuando Cristo resucitó de entre los muertos como hombre, y en nuestro favor, arrojó de Sí a las potencias y a los principados que había vencido: “Y despojando los principados y las potestades, los sacó a la vergüenza en público, triunfando de ellos en sí mismo” (Col 2.15). 

Ignoramos la naturaleza exacta de la traición de Adán por medio de la cual Satanás se convirtió en señor de la raza humana, pero no ignoramos que cuando Adán encaró a Dios en el Jardín, ya su naturaleza había sido cambiada; y en su vida dominaba un nuevo señor, Satanás. 

Aunque no sabemos exactamente cómo, sí sabemos que un hombre coronó a Satanás como Señor de la raza humana: “Porque a mí es entregada y a quien quiero la doy” (Lc 4.6-12). Igualmente, no sabemos exactamente como; pero sí sabemos que un hombre, Jesucristo, por medio de Su muerte y Su resurrección destronó a este señor coronado por el hombre, Satanás. 

Y cuando Cristo entró al Lugar Santísimo con Su propia sangre, Dios reconoció que se había verificado para la humanidad la completa redención de la autoridad y del dominio satánico: “Mas por Su propia sangre, entró una sola vez, por todas, en el santuario, habiendo obtenido eterna redención para nosotros” (He 9.12). 

El primer hombre fue arrojado de la presencia de Dios porque Satanás se había convertido en su Señor, y la humanidad entera fue identificada en ese acto (Gn 3.22-24). Entonces llegó el tiempo cuando un hombre que fue hecho pecado y que había sido abandonado de Dios, entró al Lugar Santísimo y fue aceptado gozosamente, porque el imperio de Satanás sobre el hombre había sido reducido a la nada: “En la cual voluntad somos santificados por la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una sola vez” (He 10.10). 

El hombre había sido santificado por la ofrenda de Cristo. Santificar significa apartar, separar. El hombre no solamente había sido libertado del dominio de Satanás, sino que también había sido apartado de la autoridad satánica como lo estaba Cristo antes de que fuera hecho pecado. Se había verificado la remisión de los pecados, resultado de la muerte espiritual: “Pues donde hay remisión de éstos, no hay más ofrenda por pecado” (He 10.18). 

Y el hombre fue declarado perfecto delante de Dios: “Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (He 10.14). Cuando Cristo fue aceptado y se sentó en el Lugar Santísimo a la diestra de Dios, toda la humanidad se sentó también con Él (Ef 2.5-6). Cristo es el conquistador porque ha quebrantado el señorío de Satanás sobre el hombre: “Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por la muerte al que tenía el imperio de la muerte, es a saber, al diablo” (He 2.14). 
 
Cristo, Coronado Señor 
 
Por esta victoria como hombre sobre Satanás, Dios ha coronado a Jesús como Señor. Cuando Cristo se levantó de entre los muertos, se levantó sobre todo gobierno, autoridad, poder y dominio (Ef 1.12-22).
 
Estos “gobiernos”, “autoridades” y “dominios” eran de Satanás. Ahora bien, Cristo fue exaltado no por Sí mismo sino por el hombre, pues Él siempre fue grande. 

Su victoria consistió en lograr la completa liberación del hombre, del yugo, de la tiranía, del poder y del dominio que Satanás ejercía sobre su vida. El dominio que una vez tuvo el hombre no le fue devuelto directamente a él a fin de que no lo perdiera otra vez. Es decir, el señorío perdido le fue entregado a Cristo; Él lo retiene para el hombre. Dios hizo a Cristo Señor: “Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo” (Hch 2.36). 

El Ángel dijo: “Venid, ved el lugar donde el Señor fue puesto” (Mt 28.6). Cristo, el Hijo del hombre, se había levantado de entre los muertos y había quebrantado el señorío de Satanás: “Y cuál aquella supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, por la operación de la potencia de su fortaleza, la cual obró en Cristo, resucitándole de los muertos, y colocándole a su diestra en los cielos, sobre todo principado, y potestad, y potencia, y señorío, y todo nombre que se nombre, no sólo en este siglo, mas aun en el venidero” (Ef 1.19-21). 

Dios le corona Señor cuando le da un Nombre que es sobre todo nombre y le confiere con él la autoridad de Su conquista: “Por lo cual Dios también le ensalzó a lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre; para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y de los que en la tierra, y de los que debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para la gloria de Dios Padre” (Fil 2.9-11). 

Todo lo que Él es, como Señor, lo es para nosotros, porque la autoridad de Su señorío le ha sido conferida en Su Nombre, y ese Nombre es nuestro, como lo hemos visto en lecciones anteriores. Él ha sido hecho Señor por causa de nosotros: “Y sometió todas las cosas debajo de Sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es Su cuerpo, la plenitud de Aquel que hinche todas las cosas en todos” (Ef 1.22-23). 
 
PREGUNTAS 
 
1. Mencione tres pasajes de las Escrituras que muestren que Satanás es el Señor del hombre natural, no redimido. 

2. ¿Cómo adquirió Satanás su autoridad sobre el hombre? 

3. ¿En qué forma el hombre muestra todavía rasgos de su posición original como copartícipe con Dios en el gobierno del universo? 

4. Demuestre claramente por qué Cristo no tuvo que conquistar a Satanás por Sí Mismo. 

5. ¿Qué pasaje de las Escrituras muestra que Satanás nunca tuvo dominio sobre Cristo? 

6. Explique Hebreos 2.14. 

7.,¿Qué revela Colosenses 2.15? 

8. ¿Qué significado hay en el hecho de que Dios aceptó la sangre de Cristo cuando entró al Lugar Santísimo? 

9. Explique Filipenses 2.9-11. 

10.¿Estudió usted con todo cuidado cada pasaje de las Escrituras en esta lección? 
 
 

miércoles, 27 de octubre de 2021

Estudios Básicos de la Biblia - E. W. Kenyon - Lección 26


Lección 26 
LA SANIDAD 
  
El asunto de la sanidad es uno sobre el cual ha habido mucha controversia. Existen hoy al menos tres diferentes actitudes hacia la sanidad entre los cristianos. 

Un grupo enseña que la sanidad no es para nosotros hoy. Y basan su afirmación en la teoría de que la sanidad es un milagro y que los milagros no pertenecen a nuestros tiempos sino solamente al período apostólico. 

Otro grupo afirma que Dios sana hoy en respuesta a una oración especial o a un acto especial de fe, y de acuerdo con Su propia voluntad sobre el caso. 

Un tercer grupo enseña que la salud del cuerpo es un derecho legal de todo hijo de Dios, y que recibe dicha salud para su cuerpo fisco sobre la misma base que recibe la remisión de los pecados para su espíritu. 

Examinemos ahora estas tres enseñanzas a la luz de la Palabra. Puede demostrarse fácilmente que la primera actitud es errónea definiendo lo que es un milagro. Un milagro, de acuerdo con Webster, es “un acto o acontecimiento en los dominios de lo físico o de lo material que aparentemente se aparta de las leyes naturales o va más allá de lo que conocemos con respecto a estas leyes. Es realmente una intervención de Dios en la esfera de las leyes naturales o en el dominio de la actividad humana. Es Dios que se presenta en escena”. 

Cada vez que Dios se pone en contacto inmediato con el hombre, ocurre un milagro. Toda respuesta a una oración, no importa cuán pequeña sea, y todo nuevo nacimiento, es un milagro. 

Un acto de sanidad por el cual Dios entra en contacto inmediato con el cuerpo físico del hombre, no es más milagro que el nuevo nacimiento en el cual Dios entra en contacto inmediato con el espíritu del hombre impartiéndole Su propia naturaleza. El hombre le pide a Dios que realice un milagro más grande que la curación del cuerpo, cuando le pide que salve su alma; y le pide un milagro tan grande como la curación, cuando le ruega que conteste una petición, no importa cuán pequeña sea. Decir que los milagros pertenecieron a la época de los apóstoles, sería tanto como decir que Dios debe tomar el lugar de un mero espectador o el de una cifra en el mundo que Él ha creado, desde la época de los apóstoles hasta nuestros días. Podemos fácilmente descubrir la total falacia de esta enseñanza. Ahora veamos lo que la Palabra de Dios declara sobre los otros dos puntos de vista. Si la segunda actitud es la correcta, entonces la tercera, no lo es. 

Si Dios sana solamente en respuesta a un acto especial de fe, y eso nada más cuando Él lo quiere, la sanidad no pertenece legalmente al hijo de Dios y no fue incluida en la redención. 

Si, por otra parte, la sanidad fue parte de la redención del hombre en Cristo, entonces pertenece a todo hijo de Dios y no se requiere ningún acto especial de fe para obtenerla. No hay necesidad de preguntar si es la voluntad de Dios sanar. Si está en la redención, entonces es Su voluntad. Ahora consideraremos lo que la Palabra de Dios dice al respecto. 
 
I.  El Origen de la Enfermedad y del Mal 
 
Antes de poder comprender lo que es la sanidad, debemos entender el origen de la enfermedad, del mal y de la muerte. Ya hemos visto que como resultado del crimen de alta traición de Adán, la muerte espiritual entró al espíritu del hombre. Tal muerte espiritual, que ha imperado en el género humano, ha sido el terreno propicio donde ha germinado el pecado, la enfermedad y la muerte. La enfermedad, el mal y la muerte en el cuerpo físico del hombre, no son sino la manifestación de la muerte espiritual dentro de su espíritu. Si el hombre nunca hubiera muerto espiritualmente, la enfermedad y la muerte jamás se habrían apoderado de su cuerpo físico. 

Cuando Satanás se convirtió en el dios de este mundo, uno de los resultados de su dominio fue la contaminación del aire con gérmenes causantes de las enfermedades los que a pesar de ser tan pequeños para ser descubiertos a simple vista, se han constituido desde entonces en uno de los enemigos más mortales del hombre. 

No puede negarse que en este mundo existe el mal. La existencia del mal ha hecho que muchas personas de buena fe se resistan a creer en un Dios de amor; pero es que no ha entendido que el mal fue el resultado del imperio de Satanás sobre la humanidad como el príncipe y dios de este mundo. Hay filósofos que se han impresionado tanto con el reinado del mal, que han llegado a la conclusión de que el principio básico del universo es el mal. Están equivocados: No es el Creador, sino el usurpador, Satanás, el que ha originado el mal. Las dos divisiones del mal son el dolor y el pecado. El dolor puede tener distintas subdivisiones, pero la causa principal del dolor, conocida y experimentada por la humanidad, es la enfermedad. 

En conclusión, podemos decir que el pecado y la enfermedad son gemelos, nacidos de la muerte espiritual. Ambos son obra de Satanás. El pecado es una enfermedad del espíritu; la enfermedad es un mal del cuerpo físico. 
 
II.  La Actitud de Dios Hacia la Enfermedad 
 
Dios contempla la enfermedad como contempla el pecado, la considera como la obra satánica sobre la vida de Su creación, el hombre.
 
Cristo vino a revelar al Dios-Padre, a manifestarnos Su actitud hacia el hombre. Observando con cuidado la vida de Cristo, podemos darnos cuenta de la actitud de Dios hacia la enfermedad. 
 
III.  Cristo fue la Voluntad del Padre 
 
El ministerio de Cristo desde el principio hasta el fin fue un ministerio de doble aspecto. Trajo paz a las almas de los hombres y salud a sus cuerpos. La sanidad tuvo un lugar importante en el ministerio de Cristo. Durante todo Su ministerio Él libró a todos aquellos que estaban oprimidos por Satanás. Tal liberación incluyó la salud para el cuerpo físico. Si la enfermedad no procediera de Satanás, hubiera tenido un lugar en el plan original que Dios hizo para el hombre (ver Mt 8.16-17; Mr 1.32-34). 

Si este fuera el caso, entonces el ministerio de Jesús hubiera sido contrario a la voluntad del Padre. Él fue la voluntad del Padre revelada al hombre, y reveló que la voluntad del Padre era quebrantar el poder de la enfermedad en el cuerpo del hombre para dejarlo libre de dolor y de sufrimiento. El ministerio de Cristo proclamó salud y bendición tanto a la parte física de la naturaleza humana como a su aspecto espiritual. 

Hay diferentes casos en los cuales se manifestó claramente la actitud de Cristo hacia la enfermedad. Uno es el de Lucas 13.10-17. Después de haber sanado en día sábado a una mujer que había padecido una enfermedad durante dieciocho años, Cristo fue criticado por los príncipes de la sinagoga. Su respuesta fue: “Y a esta hija de Abraham, que he aquí Satanás la había ligado dieciocho años, ¿no convino desatarla de esta ligadura en día de Sábado?” Aquí Jesús expresa claramente que Satanás era la causa de la enfermedad que había ligado el cuerpo físico de aquella mujer. 

Otro incidente es aquel que se encuentra en Marcos 2:1-21. Trajeron a Cristo un paralítico, y Cristo  se dirigió a él diciéndole: “Hijo, tus pecados te son perdonados”. Cuando los escribas objetaron la expresión de Cristo, Él les contestó diciéndoles: “¿Qué es más fácil, decir al paralítico: Tus pecados te son perdonados, o decirle: Levántate y toma tu lecho y anda?” 

En realidad Cristo está diciendo esto: “¿Qué es más fácil?” ¿Dónde está la diferencia perdonar los pecados que son el resultado de la muerte espiritual en el espíritu del hombre, o sanar la enfermedad de su cuerpo físico, la cual también es el resultado de la misma muerte espiritual? En ambos casos Jesús trata con la esclavitud del hombre causada por Satanás. 

Para entender de una manera más correcta la actitud de Cristo hacia la enfermedad y el lugar que la sanidad tuvo en Su ministerio, lea usted lo que sigue: 

IV.  La Sanidad en la Redención 

1 Juan 3.8 nos dice que Cristo fue manifestado para destruir las obras del diablo. Vino a destruir lo que Satanás había hecho en la humanidad cuando se convirtió en el padre espiritual del hombre como resultado del crimen de alta traición de Adán. Vino a reducir a Satanás a la nada en sus relaciones y poder sobre el hombre. 

Hebreos 2.14 dice que vino a redimir completamente al hombre de los efectos del pecado de Adán, identificándose con la humanidad. Estudie cuidadosamente Romanos 5.12-21

Si la redención del hombre de la muerte espiritual ha de ser completa, debe ser redención tanto de la enfermedad como del pecado. Dios comprendió esto, y nos ha mostrado claramente en Su Palabra que Él ha preparado lo necesario para la salud de nuestros cuerpos.
 
En Isaías 53.4-6, Dios nos descorre la cortina al través de los profetas y nos permite contemplarlo al tratar con el pecado y con la enfermedad. Literalmente este pasaje dice: “Fue despreciado y rechazado de los hombres; varón de dolores y familiarizado con la enfermedad”. 

El versículo 4 dice: “Ciertamente Él ha cargado nuestras enfermedades y llevado nuestras dolencias; no obstante, le tuvimos por azotado, por herido de Dios y afligido”. Fue azotado de Dios con nuestras enfermedades. Fue afligido con nuestros dolores. “Fue herido por nuestras transgresiones; molido por nuestras iniquidades; el castigo de nuestra paz sobre Él; y por Sus llagas somos curados”. El versículo 10: “Con todo eso Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a enfermedad; cuando hubiere puesto su vida en expiación por el pecado”. 

La antigua versión que traduce “aflicciones y dolores” no es correcta. Toda traducción literal dice: “males y enfermedades”. Dios no solamente puso sobre Jesús nuestras iniquidades, sino también nuestras enfermedades. Él fue enfermado con nuestras enfermedades así como fue hecho pecado con nuestros pecados. En la mente del Padre y en la mente de Jesús, y de acuerdo con la Palabra, nuestras enfermedades y pecados los llevó el Señor. 

Si fueron cargados por Él, es una equivocación nuestra el cargarlos. El conocimiento sensorial ha intentado repudiar esto, pero la verdad permanece, la verdad que Dios puso nuestras enfermedades y nuestros pecados sobre Jesús. 

Jesús no podía ser levantado hasta que el hombre fuera declarado justo (Ro 4.25). Cuando Él se levantó de entre los muertos, ya había sido destruido el cuerpo del pecado de la muerte espiritual (Ro 6.6). El pecado había perdido su poder y también la enfermedad. 

En hebreo, Isaías 53.10 dice como sigue: “Con todo eso Jehová se deleitó en quebrantarlo; lo ha hecho enfermo”. Dios hizo a Jesús pecado con nuestros pecados y lo enfermó con nuestras enfermedades. Y se complació en hacer eso por una razón: porque ello significaba salud para el hombre. 

Cristo llevó nuestros pecados y sufrió la pena para que pudiéramos quedar libres del pecado, de su poder y de su juicio. Sobre la misma base Él llevó nuestra enfermedad y nuestros dolores. Los llevó para que pudiéramos ser libres y no tuviéramos que llevarlos nosotros. Dios lo hizo el portador de nuestro pecado y el portador de nuestra enfermedad. El que no conoció pecado fue hecho pecado, y el que no conoció enfermedad fue hecho enfermedad. 

En el ministerio de Cristo, el Dios-Padre reveló que era Su voluntad sanar al hombre físicamente. Ahora, en la redención, Él quebranta el poder de la enfermedad sobre el hombre y lo deja libre poniendo enfermedad y dolencias sobre Cristo. Satanás, que tuvo la autoridad en el imperio de la muerte espiritual, fue reducido a la nada (He 2.14). En esa victoria, las dolencias y la enfermedad, obra de Satanás, fueron reducidas a la nada también. Por quebrantamiento de Cristo, somos sanados de la ley de la enfermedad. 
 
V.  La Sanidad en Nuestros Días 
 
El ministerio de Cristo sobre la tierra tuvo un doble aspecto al afectar constantemente el espíritu y el cuerpo de los hombres. Su muerte tuvo también un doble aspecto al llevar nuestros pecados y enfermedades. Él es el mismo hoy, y el doble ministerio de bendición para el espíritu y el cuerpo ha continuado desde Su ministerio terrenal hasta nuestros días. 

El llevó sobre sí la muerte espiritual del hombre para que éste tuviera vida, y en Su Palabra proveyó lo necesario para la salvación del hombre. Llevó también sobre sí las enfermedades del hombre, y en Su Palabra proveyó asimismo lo necesario para su salud. 

En Marcos 16, El dio a Sus discípulos la Gran Comisión. Está para partir al lado del Padre donde se hará cargo de Su obra a Su diestra. Sus discípulos van a tomar Su lugar en la tierra. Sus representantes van a continuar Su ministerio; van a hacer lo que Él haría si continuara aquí. Por eso, en Su Comisión a un mundo por el cual Él murió, revela que habrá de continuar el doble ministerio. 

Primero, la comisión es satisfacer las necesidades espirituales de1 hombre: “Todo el que creyere y fuere bautizado será salvo” (Mr 16.16). Todo hijo de Dios puede apropiarse para sí esta parte de la comisión donde se enseña que la fe en Cristo es esencial para la salvación, y que la incredulidad lo excluye a uno de ella. 

Luego viene la segunda parte de la Comisión en Marcos 16.17: “Y estas señales seguirán a los que creyeren”. La palabra griega “creer” es la misma que se usa en el versículo 16, excepto que una está en singular y la otra en plural. ¿Qué derecho ha tenido alguno de separar estas palabras de Cristo que vienen inmediatamente después de la primera parte de la comisión? 

¿Dónde, en Su Palabra, Él implicó que las primeras palabras se referían a todos los hombres, y que las últimas solamente a los cristianos del periodo apostólico? Ambas promesas penden de la misma raíz "creer‟. El acto de creer lo lleva a uno a pertenecer a la familia de Dios. El jugoso racimo de promesas maravillosas que sigue pertenece a todos aquellos que creen, o a los creyentes, según la traducción literal. 

El hombre se ha mantenido firme en la primera promesa porque supo cómo usarla; y se ha deshecho de la otra porque ignora cómo debe usarse. Cristo llevó las enfermedades del hombre para que éste no tuviera que llevarlas, y lo que Él preparó para la salud del hombre se encuentra en esto: “En mi Nombre... pondrán sus manos sobre los enfermos y sanarán”. 

El ministerio de los discípulos bajo la dirección del Espíritu Santo, tuvo la misma doble bendición que el ministerio de Cristo. Una redención completa fue predicada por ellos; el nuevo nacimiento para el espíritu y la salud para el cuerpo. Las dos corrientes de bendición que comenzaron desde el ministerio personal de Cristo, corrientes de regeneración y de salud, han continuado desde entonces, al través del período apostólico y hasta el presente, dondequiera que los cristianos se han atrevido a actuar de acuerdo con Su Palabra. 

Nuestro derecho para sanar que nos fue otorgado en Su Redención, ha sido investido con la autoridad de Su Nombre. Hoy, Él espera confirmar esta Palabra tal y como la confirmó en los días apostólicos (Mr 16.20). 
 
PREGUNTAS 
 
1. Mencione las tres actitudes actuales con respecto a la sanidad. 

2. Explique por qué la primera actitud es falsa. 

3. Si la tercera actitud es correcta, demuestre por qué la segunda es falsa. 

4. Explique claramente el origen de la enfermedad. 

5. ¿Cómo revelan la vida y el ministerio de Cristo la actitud del Padre hacia la enfermedad? 

6. Mencione y explique algunos incidentes en el ministerio de Cristo que revelan que la enfermedad procedió del imperio de la muerte espiritual. 

7. ¿Por qué una redención completa del dominio satánico debe incluir la salud? 

8. ¿Por qué tenemos el derecho legal de ser sanados? 

9. ¿Qué proveyó Cristo para la continuación de Su ministerio de sanidad? 
 

domingo, 24 de octubre de 2021

Estudios Básicos de la Biblia - E. W. Kenyon - Lección 25



Lección 25  
EL MINISTERIO ACTUAL DE CRISTO 
 
Hemos estudiado, en nuestro curso, la obra de Dios durante el período de 4,000 años que abarca la preparación para la venida de Cristo (Gá 4.4). Hemos estudiado también la vida terrenal de nuestro Señor Jesucristo, Su muerte y resurrección por nosotros, por las cuales nos redimió de la autoridad de Satanás (He 2.14). 

Vamos a estudiar ahora el actual ministerio de Cristo; lo que Él está haciendo por nosotros ahora; lo que ha estado haciendo por casi dos mil años. El actual ministerio de Cristo ha sido ignorado por la mayoría de los cristianos. Muchos, cuando piensan en que Él dio Su vida por nosotros, piensan exclusivamente en Su muerte y en Su resurrección. No saben que cuando se sentó a la diestra del Padre comenzó a vivir para nosotros con tanta realidad como había muerto por nosotros. ¡Que pocos cristianos tienen un claro concepto del actual ministerio de Cristo! 

Hay tres aspectos del ministerio de Jesús en favor nuestro: 1) Jesús antes de la crucifixión, como el despreciado “Varón de Dolores” (Is 53.3); 2) Jesús en la cruz como el “Hijo hecho Pecado” (2Co 5.21); y 3) Jesús sentado a la diestra de la Majestad en las alturas y exaltado con un “Nombre que es sobre todo nombre” (Fil 2.9-10). 

Al repasar nuestros himnos nos damos cuenta de que pocos maestros y compositores han comprendido el actual ministerio de Cristo. Muchos contemplan a Cristo antes de la crucifixión como el Jesús despreciado. Otros lo contemplan solamente en la cruz. Pero sólo un grupo muy reducido han podido mirar más allá de la cruz y de la tumba para contemplar al Cristo sentado a la diestra de Dios. 

Él ha dejado de ser el humilde y despreciado Galileo. Ha dejado de ser el Hijo hecho Pecado, y abandonado de Dios. Él es ahora el Señor de todo, el vencedor de Satanás, del pecado, de la enfermedad y de la muerte. Él es Aquel que tiene toda autoridad en el cielo y en la tierra (Mt 28.18). 

Nosotros podemos hoy actuar sin temor, apoyados en Su Palabra, porque Él se hace Responsable de ella. El es el Fiador de este Nuevo Pacto: “Por tanto, Jesús es hecho fiador de un mejor Pacto” (He 7.22). El Fiador del Pacto es la Palabra: “Mas ahora tanto mejor ministerio es el suyo, cuanto es mediador de mejor pacto, el cual ha sido formado sobre mejores promesas” (He 8.6). El Nuevo Pacto ha sido formado y cimentado sobre la Palabra, y Él (Jesús) es el Fiador. Este Hombre, que hoy está sentado a la diestra del Padre, es el Fiador de esta Palabra. 

Aquel que tiene toda autoridad en el cielo y en la tierra hace efectiva cada palabra en estas promesas. Estudiemos ahora lo que Él es hoy para nosotros en este Nuevo Pacto. 

En la revelación que Pablo recibió, Dios descorrió el velo y nos manifestó el actual ministerio de Cristo. Él se sentó como nuestro “Sumo Sacerdote”, como nuestro “Mediador”, como nuestro Intercesor”, como nuestro “Abogado” y como nuestro “Fiador” del Nuevo Pacto. 
 
I.  Jesús, nuestro Sumo Sacerdote 
 
Hemos estudiado ya el sumo sacerdocio del Antiguo Pacto. El Sumo Sacerdote del Antiguo Pacto era un tipo de Jesús, Sumo Sacerdote del Nuevo Pacto. 

Una vez cada año el Sumo Sacerdote del Antiguo Pacto entraba al tabernáculo terrenal con la sangre de los becerros y de los machos cabríos para hacer la expiación anual por los pecados de Israel (He 9.25, 10.1-4). Además, Los sacerdotes diariamente ministraban y ofrecían los mismos sacrificios por los pecados de Israel (He 10.11). 

Cristo entró al Cielo con Su propia sangre habiendo obtenido redención eterna por nosotros (He 9.12, 23-27). Cuando Dios aceptó la sangre de Jesucristo, manifestó con ello que las demandas de la Justicia habían sido satisfechas y que el hombre podía legalmente ser arrebatado de la autoridad de Satanás y restaurado al compañerismo con Él. Por el sacrificio de Sí Mismo, Cristo había quitado el pecado (He 9.26). 

El crimen de alta traición de Adán ya había sido pagado y expiado por el único sacrificio de Cristo por el pecado (He 9.26). Por el sacrificio de Sí mismo, El había santificado al hombre (He 9.10-14). 

Santificar” quiere decir “apartar”, “separar”. Él había separado al hombre del reino y de la familia satánica. Y nosotros llegamos a estar tan separados del dominio satánico como Jesús mismo (Jn 17.14). 

Cuando Cristo se encontró con María después de Su resurrección (Jn 20.17), le dijo: “No me toques, porque aun no he ascendido a mi Padre”. Entonces se encaminaba al Padre con Su propia sangre, señal de la pena que había pagado, y no podía ser tocado por el hombre. El ministerio de Jesús como Sumo Sacerdote no terminó al llevar Su sangre al Lugar Santo; todavía continúa como ministro del santuario (He 8.2). 

La palabra “santuario” en Hebreos 8.2 significa en el griego “cosas santas”. El sigue siendo ministro de las “cosas santas”, y las “cosas santas” son nuestras oraciones y nuestra adoración. Nosotros no sabemos adorarle como debiéramos, pero Él toma nuestras peticiones y adoración tan frecuentemente imperfectas, y las presenta en forma bella delante del Padre. Estas “cosas santas” son nuestros “sacrificios espirituales” que Él hace aceptos delante del Padre. Cada oración, cada acto de adoración es aceptado por el Padre cuando se presenta en el Nombre de Jesús: “Vosotros también, como piedras vivas, sed edificados una casa espiritual, y un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, agradables a Dios por Jesucristo” (1P 2.5). 

Deberíamos estudiar el ministerio sumosacerdotal de Cristo como se nos describe en el Libro de los Hebreos. El es un Pontífice misericordioso y fiel (He 2.17-18). Él es un Pontífice al que nos podemos acercar con nuestras flaquezas (He 4.14-16). Él es Sumo Sacerdote para siempre (He 6.19). 
 
II.  Jesús, el Mediador 
 
Cuando Cristo se sentó a la diestra del Padre, ya había satisfecho las demandas de la Justicia y se convirtió en el Mediador entre Dios y el hombre: “Porque hay un Dios asimismo un mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre” (1Ti 2.5). Jesús es el mediador del hombre por dos razones: Por lo que Él es, y por lo que ha hecho: 

Primero: Jesús es el mediador del hombre por virtud de lo que Él es. Él es la unión de Dios y hombre. El es el Verbo (“Aquel que era con Dios y era Dios”) y la carne (“...el Verbo fue hecho carneJn 1.14). Él es Aquel que existió sobre la misma base de igualdad con Dios, y que fue hecho a la semejanza de los hombres (Fil 2.8-9). Él ha tendido un puente sobre el abismo entre Dios y el hombre. Él es igual a Dios e igual al hombre y puede representar a la humanidad delante de Dios. Sin embargo, esto no bastaba para una mediación entre Dios y el hombre. El hombre era un eterno criminal delante de Dios y se encontraba alejado de su Hacedor (Ef 2.12), bajo el juicio de Satanás (Jn 16.11). 

Y segundo: Jesús es el mediador del hombre por lo que El ha hecho: “Ahora, empero, os ha reconciliado en el cuerpo de Su carne por medio de muerte, para haceros santos, y sin mancha, e irreprensibles delante de Él” (Col 1.22). Dios nos reconcilió a Sí por Cristo (2Co 5.18). No podríamos tener un Mediador entre Dios y el hombre si primero no se hubiera efectuado una reconciliación entre el hombre y Dios. El hombre era injusto en su condición de muerte espiritual. En tal condición no podía acercarse a Dios. Ni tampoco Mediador alguno hubiera podido acercarse a Dios en favor del hombre. 

Cristo nos ha reconciliado con Dios por medio de Su muerte en la cruz, para presentar ahora al hombre delante de Dios, santo y sin mancha. Por consiguiente, el hombre tiene el derecho de acercarse a Dios por Cristo, su Mediador. 

Desde la caída del hombre hasta que Jesús se sentó a la diestra de Dios, ningún hombre se había acercado a Dios excepto por un sacrificio cruento, por un sacerdocio divinamente designado, o por visitas de ángeles o sueños. Mediante el ofrecimiento de Su propia sangre como Pontífice, Él perfeccionó nuestra redención, satisfizo las demandas de la justicia e hizo posible para Dios dar legalmente al hombre la vida eterna, haciéndolo justo e impartiéndole el carácter de hijo Suyo. Todo hombre no salvado tiene ahora el derecho legal de acercarse a Dios. 
 
III.  Jesús, el Intercesor 
 
Jesús, como Pontífice, llevó Su sangre al Lugar Santísimo para satisfacer las demandas de la Justicia que eran en contra del hombre natural. Él, como Mediador, introduce al hombre no salvado a Dios. Juan 14.6 afirma que Jesús es el camino a Dios, y que nadie puede acercarse hasta Dios sino por Él. Tan pronto como un hombre acepta la obra de reconciliación de Cristo, se convierte en hijo de Dios. Entonces comienza Cristo Su obra intercesora por él.
 
Jesús es el Mediador para el pecador, pero es el Intercesor para el cristiano. Cabría preguntar aquí: “¿Por qué un hijo de Dios necesita de alguien que interceda por él?” La respuesta se encuentra en Romanos 12.2. En el nuevo nacimiento, nuestro espíritu recibe la vida de Dios. Lo que necesitamos en seguida es que nuestras mentes sean renovadas. Durante todo el tiempo anterior a nuestro nuevo nacimiento, anduvimos de acuerdo con Satanás (Ef 2.1-3). El gobernó nuestra mente. 

Ahora que nuestro espíritu ha recibido la vida de Dios, nuestra mente debe ser renovada para que podamos conocer nuestros privilegios y responsabilidades como hijos de Dios. Efesios 4.22-24 nos indica la necesidad de una mente renovada. El nuevo nacimiento es instantáneo, pero la renovación de nuestra mente es un proceso gradual. Su crecimiento es determinado por nuestro estudio y meditación de la Palabra. 

Durante este período necesitamos la intercesión de Cristo. Muchas veces obstruimos el compañerismo con el Padre porque, ignorando Su voluntad, decimos y hacemos cosas que no le agradan. Necesitamos de Su intercesión por causa de la persecución satánica en contra nuestra: 

Bienaventurados lo que padecen persecución por causa de la justicia” (Mt 5.10). Esta no es la persecución de los hombres, sino de los demonios. 

Mateo 5.11-12 se refiere a la persecución de que somos objeto por parte de los hombres. Los demonios nos persiguen por causa de la justicia. Nos odian y nos temen porque Dios nos ha declarado justos. Y porque no hemos comprendido plenamente la autoridad que poseemos, nos hacen tropezar muchas veces. 

A pesar de ello, Él es capaz de salvarnos hasta lo sumo porque vive eternamente para interceder por nosotros (He 7.25). Nadie puede hacer cargos a un hijo de Dios porque Él lo ha declarado justo. No hay nadie que lo condene porque Jesús vive para interceder por él (Ro 8.33-34). 
 
IV.  Jesús, el Abogado 
 
Llegamos al Padre por Cristo, nuestro Mediador. Hemos sentido las dulces influencias de Su Intercesión a favor nuestro. Pero ahora deseamos conocerle como nuestro Abogado delante del Padre. Cuántos cristianos que hoy viven alejados del compañerismo Divino vivirían vidas victoriosas en Cristo si hubieran sabido o supieran que Jesús es su Abogado. 

Por motivo a que nuestra mente no ha sido renovada y también por causa de la persecución satánica, algunas veces pecamos y damos lugar a que nuestro compañerismo con Dios se interrumpa. Todo hijo de Dios que suspende su compañerismo con el Padre cae bajo condenación. Si no tuviera abogado, estaría en una posición lastimosa. 

La Palabra nos dice que si pecamos, abogado tenemos para con el Padre: “Hijitos míos, estas cosas os escribo, para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el Justo” (1Jn 2.1). En 1 Juan 1.3-9 se nos proporciona el método Divino para mantener nuestro compañerismo con Él. Si pecamos suspendiendo nuestro compañerismo con Dios, podemos renovar dicho compañerismo confesando nuestro pecado. 

El ministerio de Jesús como abogado es una tarea de Él de parte de Dios. No obstante, Él no puede actuar como nuestro abogado si no confesamos nuestro pecado. En el mismo momento en que lo confesamos, Él lleva nuestro caso ante el Padre. La Palabra declara que cuando confesamos nuestros pecados, El es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda injusticia. Dios puede perdonar nuestros pecados y ser perfectamente justo al hacerlo, porque Cristo los llevó sobre sí (Is 53.6).
 
Él es también fiel y está dispuesto a borrar nuestros pecados en el momento mismo en que los confesamos; y los borra de tal modo, como si nunca hubieran existido. Es absolutamente esencial que los cristianos conozcan a Jesús como su Abogado. Muchos que han estado fuera del compañerismo, han confesado sus pecados muchas veces sin recibir la seguridad de restauración, porque ignoraban que Jesús era su Abogado. No se apropiaban el perdón al confesar sus pecados. No obraban de acuerdo con la Palabra, la cual declara que el Padre perdona en el momento mismo en que hay confesión. 

Ningún cristiano debe permanecer con su compañerismo roto más tiempo del que se necesita para pedir el perdón de sus pecados. Lo que el Padre perdona, lo olvida. Todo hijo Suyo no debe deshonrarlo pensando en sus pecados otra vez. 
 
V. Jesús, el Fiador 
 
Jesús es nuestro fiador personal. He aquí el más vital de todos los ministerios de Jesús a la diestra del Padre. Bajo la ley, el Sumo Sacerdote era el fiador del Antiguo Pacto. Si el Sumo Sacerdote fallaba, interrumpía las relaciones entre Dios e Israel. La sangre de la expiación perdía su eficacia. Bajo el Nuevo Pacto, Jesús es el Sumo Sacerdote y el Fiador del Nuevo Pacto: “Por tanto, Jesús es hecho fiador de un mejor Pacto” (He 7.22). 

Nuestra posición delante del Padre es absolutamente segura. Sabemos que durante toda nuestra vida tenemos a la diestra del Padre a un Hombre que está allí para actuar en favor nuestro. Él nos está representando ante el Padre. Él conserva siempre Su posición con el Padre. Y nosotros, no importa cuál sea nuestra posición, siempre tenemos a alguien que nos representa ante el Padre. Nuestra posición adquiere así una seguridad permanente. 
 
PREGUNTAS 
 
1. Señale tres aspectos del ministerio de Jesús. 

2. Demuestre cómo el Sumo Sacerdote del Antiguo Pacto era un tipo de Jesús, el Sumo Sacerdote del Nuevo Pacto. 

3. ¿Qué significó la aceptación de la sangre de Cristo por el Padre? 

4. Dé dos razones por las cuales Cristo es el Mediador del hombre. 

5. ¿Por qué un hijo de Dios necesita de un Intercesor? 

6. ¿Cuáles son las dos clases de persecución mencionadas en Mateo 5.10-12

7. ¿En qué forma actúa Cristo como nuestro Abogado? 

8. ¿Por qué es esencial que todo cristiano conozca a Jesús como su Abogado? 

9. ¿Qué significa para usted Jesús como el Fiador del Nuevo Pacto? 

10. Mencione cinco aspectos del actual ministerio de Cristo y cite pasajes para cada uno de ellos.