Muerte y
Resurrección de Jesús
La verdad más importante del evangelio es la resurrección de
Jesús.
El Apóstol Pablo lo dice en 1 Corintios 15:12-19: “Pero si
se predica de Cristo que resucitó de los muertos, ¿cómo dicen algunos entre
vosotros que no hay resurrección de muertos? Porque si no hay resurrección de
muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, vana es entonces
nuestra predicación, vana es también vuestra fe. Y somos hallados falsos
testigos de Dios; porque hemos testificado de Dios que él resucitó a Cristo, al
cual no resucitó, si en verdad los muertos no resucitan. Porque si los muertos
no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y si Cristo no resucitó, vuestra fe es
vana; aún estáis en vuestros pecados. Entonces también los que durmieron en
Cristo perecieron. Si en esta vida solamente esperamos en Cristo, somos los más
dignos de conmiseración de todos los hombres.”
La fe en la resurrección de Jesús es la clave para nuestra
salvación.
Pero vayamos a la muerte de Jesús para ver esta verdad.
Desde el mismo momento de la creación ya se sabía que Jesús
iba a venir a este mundo para morir por nosotros. “Y la adoraron todos los
moradores de la tierra cuyos nombres no estaban escritos en el libro de la vida
del Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo” (Apocalipsis
13:8)
En Génesis 3:15 vemos la primera referencia de la muerte del
Mesías por la humanidad: “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu
simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el
calcañar.”
En Isaías 53: 1-12 se ve claramente la misión de Jesús, morir
por los pecadores. Veamos los versos 11 y 12: “Verá el fruto de la aflicción
de su alma, y quedará satisfecho; por su conocimiento justificará mi siervo
justo a muchos, y llevará las iniquidades de ellos. Por tanto, yo le daré parte
con los grandes, y con los fuertes repartirá despojos; por cuanto derramó su
vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo él llevado el
pecado de muchos, y orado por los transgresores.”
Jesús venía al mundo para llevar nuestro
pecado y justificarnos ante Dios.
En Daniel 9:24-27 se encuentra la
profecía de las 70 semanas. En el verso 26 encontramos una referencia a la
muerte de Jesús: “Y después de las sesenta y dos semanas se quitará la vida
al Mesías, mas no por sí. . . .”
Ya desde el Antiguo Testamento estaba anunciada la muerte de
Jesús por nosotros.
Jesucristo mismo en varios pasajes habló de su misión en la
tierra y que su fin era morir por nuestros pecados.
En Juan 3:14-15 Jesús habla de esto: “Y como Moisés levantó
la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea
levantado, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida
eterna.”
Aquí Jesús esta haciendo referencia a Números 21:4-9, cuando
Moisés tuvo que construir una serpiente de bronce para que se salvase todo
aquel que la veía.
Jesús estaba diciendo que el también iba a ser levantado en
una cruz para que todo aquel que crea en Él alcance la salvación.
En Juan 16:28 Jesús hizo esta declaración: “Salí del Padre,
y he venido al mundo; otra vez dejo el mundo, y voy al Padre.”
Él sabía claramente de donde había venido y a donde iba, no
tenía la menor duda de cual era su misión.
En Mateo 16:21 Jesús empezó a decirles que el iba a morir y
resucitar al tercer día: “Desde entonces comenzó Jesús a declarar a sus
discípulos que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de los ancianos,
de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al
tercer día.”
Esta verdad no les entraba a la cabeza y el tuvo que
decírselas varias veces: “Tomando Jesús a los doce, les dijo: He aquí
subimos a Jerusalén, y se cumplirán todas las cosas escritas por los profetas
acerca del Hijo del Hombre. Pues será entregado a los gentiles, y será
escarnecido, y afrentado, y escupido. Y después que le hayan azotado, le
matarán; mas al tercer día resucitará. Pero ellos nada comprendieron de estas
cosas, y esta palabra les era encubierta, y no entendían lo que se les decía” (Mateo
18:31-34).
En realidad, como veremos luego, ellos no entendieron hasta
después de la resurrección cuando se presentó ante ellos.
Ya desde el principio de su ministerio
Jesús había estado hablando de su muerte y resurrección: “Respondió Jesús y
les dijo: Destruid este templo, y en tres días lo levantaré. Dijeron luego los
judíos: En cuarenta y seis años fue edificado este templo, ¿y tú en tres días
lo levantarás? Mas él hablaba del templo de su cuerpo. Por tanto, cuando
resucitó de entre los muertos, sus discípulos se acordaron que había dicho
esto; y creyeron la Escritura y la palabra que Jesús había dicho” (Juan
2:19-22).
Al cabo de los tres años y medio del ministerio público de
Jesús, conforme a lo que Jesús le dijo a sus discípulos fue a Jerusalén para
morir por nosotros.
Es significativo que el fue en el tiempo de pascua donde se
sacrificaba el cordero por los pecados del pueblo.
Recordemos que en Juan 1:29 cuando Juan el Bautista vio a
Jesús dijo: “El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: He
aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.”
En Lucas 22:19-20 Jesús le dijo a sus discípulos que Él estaba
entregando su cuerpo y su sangre para instaurar el Nuevo Pacto: “Y tomó el
pan y dio gracias, y lo partió y les dio, diciendo: Esto es mi cuerpo, que por
vosotros es dado; haced esto en memoria de mí. De igual manera, después que
hubo cenado, tomó la copa, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre,
que por vosotros se derrama.”
En Juan 10:17-18 vemos que nadie le quitó
la vida a Jesús sino que el la entregó de su propia voluntad por nosotros: “Por
eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me
la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo
poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre.”
Justo antes de ser entregado por Judas, mientras oraba en el
monte de Getsemani, Jesús pudo haber evitado su muerte, pero el decidió
entregar su vida por nosotros. “Yendo un poco adelante, se postró sobre su
rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero
no sea como yo quiero, sino como tú. Vino luego a sus discípulos, y los halló
durmiendo, y dijo a Pedro: ¿Así que no habéis podido velar conmigo una hora?
Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está
dispuesto, pero la carne es débil. Otra vez fue, y oró por segunda vez,
diciendo: Padre mío, si no puede pasar de mí esta copa sin que yo la beba,
hágase tu voluntad” (Mateo 26:39-42).
Había una copa por la que Jesús tenía que pasar, el debía
morir por nosotros.
Después de ese pasaje vemos como llegó Judas para traicionarlo
y entregarlo a la multitud que venía para apresarlo.
Vemos que Jesús fue enjuiciado, golpeado,
azotado, humillado y finalmente condenado a morir de la manera más humillante,
la muerte de cruz.
El propósito de esa muerte era tomar nuestro lugar y pagar el
precio de nuestro pecado. “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en
que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8).
En esa cruz, Jesús se hizo pecado por nosotros, tomó nuestra
naturaleza, y murió espiritualmente, como dice en 2 Corintios 5:21: “Al que
no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos
hechos justicia de Dios en él.”
Como resultado de esto por primera vez en su vida se rompió su
comunión con el Padre. Es por eso que en Mateo 27:46 Él gritó: “Cerca de la
hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto
es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”
Ese fue el momento más duro por el que pasó Jesús; algo más
grande que los sufrimientos y dolores por los golpes y la crucifixión, el estar
alejado de Dios, el morir espiritualmente.
De ahí a poco es que murió físicamente, como dice el verso 50:
“Mas Jesús, habiendo otra vez clamado a gran voz, entregó el espíritu.”
Juan nos da más luz acerca de la muerte física de Jesús en
Juan 19:31-37: “Entonces los judíos, por cuanto era la preparación de la
pascua, a fin de que los cuerpos no quedasen en la cruz en el día de reposo
(pues aquel día de reposo era de gran solemnidad), rogaron a Pilato que se les
quebrasen las piernas, y fuesen quitados de allí. Vinieron, pues, los soldados,
y quebraron las piernas al primero, y asimismo al otro que había sido
crucificado con él. Mas cuando llegaron a Jesús, como le vieron ya muerto, no
le quebraron las piernas. Pero uno de los soldados le abrió el costado con una
lanza, y al instante salió sangre y agua. Y el que lo vio da testimonio, y su
testimonio es verdadero; y él sabe que dice verdad, para que vosotros también
creáis. Porque estas cosas sucedieron para que se cumpliese la Escritura: No
será quebrado hueso suyo. Y también otra Escritura dice: Mirarán al que
traspasaron” (Salmo 34:20, Zacarías 12:10).
Según la ciencia médica, como escribe Josh Mc Dowell en su
libro Evidencias que Exigen un Veredicto, el hecho de que sangre y agua
salieran del costado de Jesús al momento que le atravesó la lanza del soldado,
significa que su corazón había explotado y que ya había muerto.
¿Qué pasó entre los tres días de su muerte y su resurrección?
En Efesios 4:9-10 dice que Jesús descendió a las partes mas
bajas de la tierra: “Y eso de que subió, ¿qué es, sino que también había
descendido primero a las partes más bajas de la tierra? El que descendió, es el
mismo que también subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo.”
Las partes mas bajas de la tierra son el hades, el gehena y
el tártaro.
El hades es el lugar
intermedio entre la muerte y la condenación eterna. Antes de la resurrección
constaba de dos partes que eran el paraíso (o seno de Abraham) y
el abismo, que aún subsiste.
El gehena es el
infierno mismo de fuego y azufre, que será estrenado por Satanás, el anticristo
y el falso profeta.
Y el tártaro es el lugar donde están los espíritus encadenados
que se habla en 2 Pedro 2:4: “Porque si Dios no perdonó a los ángeles que
pecaron, sino que arrojándolos al infierno los entregó a prisiones de
oscuridad, para ser reservados al juicio.”
En cuanto a la separación entre el paraíso y el hades,
podemos ver esto claramente en la historia de Lázaro y el pobre.
“Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y de lino
fino, y hacía cada día banquete con esplendidez. Había también un mendigo
llamado Lázaro, que estaba echado a la puerta de aquél, lleno de llagas, y
ansiaba saciarse de las migajas que caían de la mesa del rico; y aun los perros
venían y le lamían las llagas. Aconteció que murió el mendigo, y fue llevado
por los ángeles al seno de Abraham; y murió también el rico, y fue sepultado. Y
en el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos, y vio de lejos a Abraham, y a
Lázaro en su seno. Entonces él, dando voces, dijo: Padre Abraham, ten
misericordia de mí, y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua,
y refresque mi lengua; porque estoy atormentado en esta llama. Pero Abraham le
dijo: Hijo, acuérdate que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro también
males; pero ahora éste es consolado aquí, y tú atormentado. Además de todo
esto, una gran sima está puesta entre nosotros y vosotros, de manera que los
que quisieren pasar de aquí a vosotros, no pueden, ni de allá pasar acá.
Entonces le dijo: Te ruego, pues, padre, que le envíes a la casa de mi padre,
porque tengo cinco hermanos, para que les testifique, a fin de que no vengan
ellos también a este lugar de tormento. Y Abraham le dijo: A Moisés y a los
profetas tienen; óiganlos. Él entonces dijo: No, padre Abraham; pero si alguno
fuere a ellos de entre los muertos, se arrepentirán. Mas Abraham le dijo: Si no
oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se
levantare de los muertos” (Lucas
16:19-31).
Ante todo esta historia no es una parábola, ya que las
parábolas nunca utilizan nombres propios; esto es un acontecimiento real. Aquí
vemos que ambos, el rico y Lázaro mueren y se van al Hades; pero cada uno va a
un lugar diferente, Lázaro va al Paraíso y el rico se va al abismo.
Esta era la situación anterior a la resurrección de Jesús;
estaba el tártaro donde estaban los espíritus encadenados y el hades que
constaba de dos partes.
En 2 Pedro 3:19-20 vemos que Jesús descendió al tártaro
y le predicó a los espíritus encarcelados: “En el cual también fue y predicó
a los espíritus encarcelados, los que en otro tiempo desobedecieron, cuando una
vez esperaba la paciencia de Dios en los días de Noé, mientras se preparaba el
arca, en la cual pocas personas, es decir, ocho, fueron salvadas por agua.”
Vemos que también descendió al abismo, pues en
Colosenses 2:14-15 dice: “anulando el acta de los decretos que había contra
nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la
cruz, y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió
públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz.”
Y también estuvo en el paraíso, pues en Efesios 4:8
dice: “Por lo cual dice: Subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad, Y
dio dones a los hombres.”
¿Qué era la cautividad? Eran los santos del Antiguo Testamento
que esperaban en el seno de Abraham la venida del Mesías.
Es interesante ver que en Lucas 16 el paraíso se encontraba en
el Hades pero en 1 Corintios 12:2-4 se encuentra en el tercer cielo: “Conozco
a un hombre en Cristo, que hace catorce años (si en el cuerpo, no lo sé; si
fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe) fue arrebatado hasta el tercer cielo.
Y conozco al tal hombre (si en el cuerpo, o fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo
sabe), que fue arrebatado al paraíso, donde oyó palabras inefables que no le es
dado al hombre expresar.”
En Colosenses 2:15 cuando dice que exhibió públicamente a los
principados y potestades, nos da la idea de un desfile triunfal, que era el que
daban los ejércitos romanos, cuando volvían a Roma después de conquistar una
ciudad. Jesús también llegó al Cielo con un desfile triunfal llevando a los
santos cautivos del Antiguo Testamento al Cielo.
En Efesios 1: 19-21 nos dice lo que pasó ese día: “y cuál
la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según
la operación del poder de su fuerza, la cual operó en Cristo, resucitándole de
los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales, sobre todo principado
y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en
este siglo, sino también en el venidero.”
Dios mismo sacó a Jesús de
la muerte y lo hizo resucitar al tercer día.
Veamos
la escena de la resurrección: “Cuando pasó el día de reposo, María
Magdalena, María la madre de Jacobo, y Salomé, compraron especias aromáticas
para ir a ungirle. Y muy de mañana, el primer día de la semana, vinieron al
sepulcro, ya salido el sol. Pero decían entre sí: ¿Quién nos removerá la piedra
de la entrada del sepulcro? Pero cuando miraron, vieron removida la piedra, que
era muy grande. Y cuando entraron en el sepulcro, vieron a un joven sentado al
lado derecho, cubierto de una larga ropa blanca; y se espantaron. Mas él les
dijo: No os asustéis; buscáis a Jesús nazareno, el que fue crucificado; ha
resucitado, no está aquí; mirad el lugar en donde le pusieron” (Marcos
16:1-6).
La tumba esta vacía, ¡Jesús ha resucitado!
En Hechos 1:1-3, Lucas nos dice que Jesús resucitó y se le
presento a varias personas: “En el primer tratado, oh Teófilo, hablé acerca
de todas las cosas que Jesús comenzó a hacer y a enseñar, hasta el día en que
fue recibido arriba, después de haber dado mandamientos por el Espíritu Santo a
los apóstoles que había escogido; a quienes también, después de haber padecido,
se presentó vivo con muchas pruebas indubitables, apareciéndoseles durante
cuarenta días y hablándoles acerca del reino de Dios.”
En 1 Corintios 15:3-8 Pablo nos da una lista de personas a las
que se les presento Jesús después de su resurrección: “Porque primeramente
os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados,
conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día,
conforme a las Escrituras; y que apareció a Cefas, y después a los doce.
Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos
viven aún, y otros ya duermen. Después apareció a Jacobo; después a todos los
apóstoles; y al último de todos, como a un abortivo, me apareció a mí.”
Pablo dice que más de 500 personas vieron a Jesús resucitado,
pero no solo eso, sino que muchos de los que lo vieron aún vivían y podían dar
testimonio de su resurrección.
Con su resurrección Jesús demostró que era el Hijo de Dios que
vino para salvarnos de nuestros pecados.
La resurrección es la base de nuestra fe.