Lección 11
EL PUEBLO DEL PACTO EN EL DESIERTO
Tenemos delante de nosotros el evento supremo de que es el Dios guardador del Pacto quien está libertando a Su pueblo del Pacto. En la Pascua Él reafirmó ese Pacto. Al hacer frente al desierto y a sus peligros, ellos saben que el Dios guardador del Pacto está con ellos. Ahora la institución del rito Pascual que brota de la divina amistad sanguínea con Israel, se va a convertir en una ceremonia permanente entre ellos, como una conmemoración de su liberación milagrosa de Egipto como el pueblo del Pacto (Éx 12.14-20, 43; 13.16).
Éxodo 12.3-8 revela que el Cordero de la Pascua tipifica a Cristo en la cruz. El Cordero debe ser sin mancha; y tiene que ser separado del rebaño el día 10 del primer mes (año judaico) y guardarse hasta el día 14, fecha en que ha de ser sacrificado al atardecer (tres de la tarde). Cristo fue traicionado el día 10, crucificado el día 14, y muerto a las tres de la tarde. No hay duda de que Él fue el Cordero de Dios.
La señal de este rito se describe así: “Y ha de serte como una señal sobre tu mano, y como una memoria delante de tus ojos, para que la ley de Jehová esté en tu boca; por cuanto con mano fuerte te sacó Jehová de Egipto”.
En épocas primitivas, y con mucha frecuencia, cuando dos hombres celebraban el pacto, se preservaba un registro teñido con la sangre de dicho pacto el cual era colocado dentro de una cubierta de cuero que llevaba bajo el hombro o cerca del cuello, aquel que había ganado un amigo para siempre por medio de este rito sagrado de amistad sanguínea. Al través de los siglos los judíos se han acostumbrado a llevar sobre sus frentes como una corona; y sobre sus brazos como un brazalete, un pequeño estuche de cuero como un amuleto sagrado; dicho estuche contiene un registro del pacto pascual entre Jehová y la simiente de Abraham, Su amigo.
I. Una Salida muy Provechosa
Antes de que principiara el conflicto con Faraón, Dios había dicho a Moisés: “Y daré a este pueblo favor en los ojos de los egipcios, y sucederá que cuando partiereis, no iréis con las manos vacías. Al contrario, pedirá cada mujer a su vecina y a la que mora en su casa, alhajas de plata y oro, y vestidos; y los pondréis sobre vuestros hijos y sobre vuestras hijas; y despojaréis a los egipcios” (cf. Éx 3.21-22).
Muchos han entendido mal el pasaje de Éxodo 12.36. La palabra hebrea “prestaron” significa “les entregaron de buena gana todo lo que demandaron”. Los israelitas solicitaron todas esas cosas de que habla el pasaje. La cuestión era si la petición iba a ser atendida o se iba a recibir con una negativa airada.
El Dios del Pacto intervino; y dio a Su pueblo favor en los ojos de los egipcios. Ahora los israelitas eran vistos por sus enemigos bajo una nueva luz; los egipcios les dieron todo lo que pidieron. Tales cosas constituyeron los despojos de una victoria más gloriosa que ninguna otra nación conquistadora había conocido. En la historia, el conquistado ha sido despojado pero en contra de su voluntad. Pero en este caso los egipcios encontraron gozo en dar regalos a quienes ellos habían dominado.
El pueblo del Pacto que había sencillamente esperado su salvación del Dios del Pacto, salió de Egipto adornado con los hermosos vestidos y las joyas de aquellos que por tanto tiempo los habían despojado. Doscientos años antes de que ocurriera, el Dios del Pacto había predicho este triunfo. En Génesis 15.13-14, había dicho a Abraham que su simiente sería extranjera y afligida en una tierra que no era la suya y que El juzgaría a la nación a la cual iban a servir. Además, les había dado esta promesa: “Y después de esto saldrán con grande riqueza”.
Aquí Dios había anticipado el despojo de los egipcios como el final del doloroso afán de Su pueblo y como la compensación por su cautiverio y esclavitud.
II. Cambio de Ruta.
Durante el segundo día de viaje, los israelitas siguieron la ruta acostumbrada a Palestina. Esta debió haberlos conducido hasta la orilla del desierto. Al otro lado de esas arenas y a lo largo de la costa del Mediterráneo quedaba la ruta más corta a Palestina. Unas cuantas jornadas hacia adelante y habrían entrado al territorio de los belicosos filisteos. Pero aquí la ruta fue cambiada repentinamente. Se nos dice que Dios no los condujo por la ruta de los filisteos, aunque el camino era más corto, por temor de que el pueblo se arrepintiera al ver la guerra y regresara a Egipto, sino que los condujo por el camino del desierto del Mar Rojo.
Surge aquí una pregunta: ¿Por qué pues les fue permitido empezar la marcha por el camino que parecía más corto y más expedito a la tierra prometida de sus padres? ¿Por qué les cambió la ruta en forma que tuvieron que volver sobre sus pasos al tercer día y marchar hacia el sur por el lado egipcio del mar?
Al principio podemos quedar perplejos con la pregunta. Parece como si el plan de Dios hubiera sido alterado repentinamente; pero una poca de reflexión descorrerá rápidamente el velo de la Sabiduría Divina. Todo queda explicado en las siguientes palabras: “y acamparon . . . a la entrada del desierto” (Éx 13.20). Dios tenía un propósito doble. Israel tenía que plegarse a la Voluntad Divina. Naturalmente al principio deseaban la ruta más corta. Dios les permitió que la tomaran, y fue con ellos tan lejos como lo hace con frecuencia con nosotros en nuestra obstinación.
Son llevados a la entrada del desierto; y luego viene la reflexión. No hay nada atractivo en la fisonomía de esa extensión lúgubre. Comienzan a pensar en los días monótonos de andar errantes, sedientos y con hambre al través del desierto inhóspito, sin agua y sin árboles. Luego piensan en la muralla de fieros y decididos enemigos al través de la cual tienen que abrirse camino una vez que hayan atravesado el desierto. No hubo ninguna murmuración por la mañana cuando Dios dijo: “Habla a los hijos de Israel que den la vuelta” (Éx 14.2). Esas palabras les produjeron una sensación de alivio.
El Dios del Pacto tenía también otro propósito. El rey estaba observando sus movimientos con todo cuidado. Dios no iba a permitir a Su pueblo del Pacto salir con deshonra de la tierra de Egipto; no se les iba a permitir huir. Cuando el Dios del Pacto libra, no es por métodos humanos. Su liberación es gloriosa en su plenitud, y en su belleza de santidad. Egipto echará a Israel y los obligará a abandonar el país; por eso la ruta fue cambiada.
III. El Paso del Mar Rojo
Se deja a los egipcios que en su codicia egoísta y en su crueldad interpreten el cambio hecho para su propia destrucción. “Porque Faraón dirá de los hijos de Israel: Encerrados están en la tierra; el desierto los ha encerrado” (Éx 14.3). Para Egipto este movimiento pareció ser una revelación de debilidad inesperada. Ya no hay más Dios entre los israelitas, y Egipto podría disfrutar hasta la saciedad la venganza salvaje que anhelaba. Y dijeron: “Perseguiré, prenderé, repartiré despojos, mi alma se henchirá de ellos, sacaré mi espada; destruirlos ha mi mano” (Éx 15.9).
La idea que había nacido en el corazón de Faraón parece haberse encendido también como fuego abrasador en el corazón de su pueblo. Tanto el corazón de Faraón como el de sus siervos se volvió en contra de los israelitas y dijeron: “¿Por qué hemos hecho esto, dejando ir a Israel para que no nos sirva?” Parece que todas las tropas que pudieron reunirse tomaron parte en la persecución (Éx 14.6-9). El ejército de Egipto, cuidadosamente disciplinado, era una de las maravillas del mundo antiguo. Podemos imaginar el terror que debió haber poseído el corazón de los israelitas en el momento que se dieron cuenta de que esta terrible maquinaria de guerra se dirigía contra ellos (Éx 14.10).
Parece que por el momento, en un acto de loca desesperación, se olvidaron del Dios del Pacto. Gritaban a Moisés reprochándole por haberlos llevado hasta ese lugar donde les parecía encontrar la muerte (Éx 14.11-12). Pero luego se dejan oír las palabras de fe de Moisés exhortándolos a no tener miedo, porque el Dios del Pacto obraría por ellos ese mismo día (Éx 14:13-14).
Notemos lo que el Dios obrador de milagros realizó. Su respuesta a Moisés fue: “Di a los hijos de Israel que marchen”. Y entonces se le ordena a este hombre del Pacto que abra para ellos un extraño camino. Tenía que levantar aquella vara que hasta entonces sólo había traído juicio sobre Egipto pero ahora habría de ordenar a las fuerzas de la naturaleza que obraran salvación para el pueblo del Pacto: “Y extendió Moisés su mano sobre la mar; e hizo Jehová que la mar se retirase por recio viento oriental toda aquella noche; y tornó la mar en seco, y las aguas quedaron divididas. Entonces los hijos de Israel entraron por medio de la mar en seco, teniendo las aguas como muro a su diestra y a su siniestra” (Éx 14.21-22).
Las fuerzas de la naturaleza obedecieron Su Palabra. En presencia de este asombroso milagro echamos una ojeada al pasado lejano, a la época cuando el primer hombre anduvo en el reino de la potencia de Dios, con autoridad sobre la obra de Sus manos. Tal autoridad se perdió en la caída. Veremos solo reflejos de ella aquí y allá bajo el Antiguo Pacto, como en este caso, hasta que llegue el tiempo cuando el segundo Adán camine en perfecta unión con el Dios-Padre, y tenga el dominio absoluto sobre las fuerzas de la naturaleza.
IV. La Columna de Nube
Hemos visto en las lecciones anteriores que ningún hombre podía realmente haber nacido de nuevo del Espíritu de Dios, hasta que el Dios-Padre tuviese el derecho legal de impartir Su naturaleza al hombre espiritualmente muerto. Dios no tenía el derecho legal de impartir su vida a este pueblo del Pacto. Hemos visto también que el hombre natural está limitado en su conocimiento a lo que percibe por medio de sus cinco sentidos: Dios debe manifestarse a Israel; Su presencia puede serles conocida sólo mediante sus sentidos físicos.
El les hizo notar Su presencia por medio de una columna de nube que apareció el segundo día (Éx 13.21-22). Ellos podían ver la nube; oír y sentir el calor de la nube ígnea durante la noche. Esta columna de nube no era solamente una manifestación visible de Su presencia, sino también un medio para cuidarlos. Llegó a ser una extraña protección contra el intenso calor del desierto durante el día, para después transformarse por la noche en una fuente gigantesca de calor y luz. Durante el día los refrescaba y proporcionaba calor durante las noches frías y penosas. Cuando la nube se movía sabían que era tiempo de levantar el campamento y de seguir adelante. Cuando se detenía, ya fuese de día o de noche, sabían que tenían que acampar y esperar Su orientación posterior. Esta nube fue para ellos protección, consuelo y guía durante los cuarenta años de peregrinación por el desierto.
En el momento en que los egipcios los perseguían, esa extraña nube cambió de posición; estando delante de ellos, se colocó detrás. Permaneció situada entre el campamento de los egipcios y los israelitas. Para el pueblo del Pacto era luz y calor; para los egipcios, tinieblas espesas.
V. La Marcha por el Desierto
Comienza ahora aquel periodo pleno de acontecimientos en la historia de Israel, la marcha por el desierto. La península del Sinaí es hasta hoy algo así como tierra de nadie. Otras regiones han sido codiciadas y se ha luchado por ellas, pero ninguna potencia, ni antigua ni moderna, ha tratado de apoderarse del Sinaí. Sin embargo, es a esa región solitaria y despreciada a donde son llevados tres millones de esclavos. Tienen espíritu de siervos; son indisciplinados y están llenos de mordacidad y de una tendencia a censurarlo todo. En este lugar se va a revelar el Dios del Pacto y va a mostrar Su gloria; y va a levantar de esta nación esclavizada un pueblo libre de maestros y conductores. Allí, separados de la idolatría, esta nación que va a preservar la revelación del Dios verdadero, aprenderá a andar dependiendo de Él.
Comenzamos con Israel, en este viaje de suma importancia, y en nuestro estudio encontraremos que hay lecciones que debemos aprender.
Al tercer día de camino llegan a Mara, donde el agua era amarga. Se habían acostumbrado a beber el agua dulce del Nilo, famosísima en el oriente, y ahora, en un contratiempo infantil, explotan en una queja insubordinada, infantil también, en contra de Moisés (Éx 15.22-24). El Dios del Pacto, siempre cuidadoso, convierte las aguas amargas en dulces. Luego se manifiesta a ellos, no sólo como Aquel que los guiará, que los cuidará y los protegerá, sino como el Dios que no permitirá que ninguna de las enfermedades de los egipcios los afecten. El se les da a conocer como el Dios que los sana (Éx 15.26-27).
Dentro de los derechos y privilegios del pacto de sangre, todo lo que Él era, pertenecía a Israel. Su autoridad y capacidad les pertenecían. Su cuidado, Su protección y Su salud eran posesiones suyas. Es algo sorprendente que durante este período del desierto, mientras ellos anduvieron en el Pacto, no murió nadie, ni mujeres, ni hombres, ni niños. Nadie murió prematuramente por enfermedad. El fue el Dios del Pacto que los sanó.
PREGUNTAS
1. Hable del rito de la Pascua tal y como ésta iría a celebrarse como acto conmemorativo entre los israelitas.
2. Explique el pasaje de Éxodo 12.35-36.
3. ¿Qué autoridad del hombre, perdida por causa del pecado, se manifiesta en el paso del Mar Rojo?
4. ¿Por qué Dios tuvo que manifestarse en forma visible a Israel, tal como ocurrió en la Columna de nube?
5. ¿Qué necesidad satisfizo la Columna de nube?
6. Describa el lugar al cual llevó Dios a Su pueblo del Pacto cuando salieron de Egipto.
7. ¿Por qué el pueblo del Pacto fue llevado a ese lugar?
8. Diga algo sobre el incidente que ocurrió en Mara.
9. Explique el pasaje de Éxodo 15.26-27.
10. ¿Qué significó el acontecimiento del pacto de sangre para usted?
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