miércoles, 1 de septiembre de 2021

Estudios Básicos de la Biblia - E. W. Kenyon - Lección 9


Lección 9
EL PUEBLO DEL PACTO DIVINO

Dios entró en una relación de Pacto con Abraham a fin de preservar en la tierra la revelación de Sí mismo que Él había dado al hombre. Abraham y sus descendientes iban a ser el pueblo del Pacto Divino: “Y estableceré mi Pacto entre Mí y ti, y tu simiente después de ti y en sus generaciones, por alianza perpetua, para serte a ti por Dios, y a tu simiente después de ti” (Gn 17.7).

Por medio de este pueblo del Pacto, Dios iba a enviar al Redentor: “Bendiciendo te bendeciré, y multiplicando multiplicaré tu simiente como las estrellas del cielo, y como la arena que está a la orilla del mar; y tu simiente poseerá las puertas de sus enemigos; en tu simiente serán benditas todas las gentes de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz” (Gn 22.17-18).

El pueblo con el cual Dios había entrado en relaciones de Pacto también iría a ser Su testimonio sobre la tierra. Palestina estaba situada geográficamente de tal modo, que las civilizaciones antiguas tenían que pasar por ella en sus relaciones comerciales entre sí. El pueblo del Pacto Divino les daría testimonio de la revelación del Dios viviente y verdadero.


I. Isaac, Jacob y José

Después de darnos la historia de Abraham, el libro del Génesis nos da una breve historia de sus descendientes inmediatos... Isaac, Jacob y José. Todo el Génesis puede agruparse alrededor de cinco nombres: Adán, capítulos 1-5; Noé, capítulos 6-11; Abraham, capítulos 12-26; Jacob, capítulos 27-37; y José, capítulos 38-45. Daremos aquí solamente un breve resumen del carácter de estos descendientes de Abraham en el Pacto de Sangre.

Isaac, el más hermoso de los caracteres del Antiguo Testamento, espíritu tranquilo y gentil, ha dejado sobre la vida judía una impresión que ningún otro de los padres ha dejado. Su matrimonio con Rebeca y su amor por ella es una de las historias más encantadoras de los fundadores de ese pueblo maravilloso.

Jacob es un carácter distinto: perverso, egoísta y astuto. Es dudoso que haya hecho a alguien feliz. Se encontró con Dios en el vado de Jaboc (Peniel = el rostro de Dios) y Dios puso Su mano sobre él. Jacob fue un hombre diferente desde ese día. Tuvo poder con Dios y con el hombre. Su vida prueba que Dios puede cambiar las vidas más perversas y convertirlas en vidas rectas.

José es nuestro príncipe apuesto. En ninguna parte de la literatura hay algo que se compare con este joven, hombre en toda su integridad, estadista, fundador y preservador de una nación. La fragancia de esta vida se prolonga durante todos los siglos de la historia de Israel. Muchos muchachos han sido buenos y fuertes por la influencia de esta personalidad imponente.

A la edad de diecisiete años José fue vendido como esclavo a Egipto (Gn 37.25-28). A los treinta años se convirtió en gobernador de ese país (Gn 41.37-45). Cuando cumplió los cuarenta años, Jacob llegó a Egipto acompañado de setenta personas (Gn 46.1-26).


II. Razón para ir a Egipto

El Dios guardador del Pacto recordó Su promesa a Abraham de que haría de él una gran nación. Para salvar de la destrucción al pueblo de Su pacto, durante el hambre que asolaba la tierra de Canaán, el Dios del Pacto los llevó a Egipto para que prosperaran y se multiplicaran. “Que ya ha habido dos años de hambre en medio de la tierra, y aun quedan cinco años en que no habrá arada ni siega. Y Dios me envió delante de vosotros, para que vosotros quedaseis en la tierra, y para daros vida por medio de grande salvamento” (Gn 45.6-7).

Dios usó a José para preservar a Su pueblo. Predominó sobre la obra de Satanás; del mal Él ha sacado bien al través de todos los siglos: “Así pues, no me enviasteis vosotros acá, sino Dios, que me ha puesto por padre de Faraón, y por Señor de toda su casa, y por gobernador en toda la tierra de Egipto” (Gn 45.8). ¡Qué cuadro tan bello se nos presenta del cuidado fiel y amoroso de aquel Dios que cuando estableció el Pacto con Abraham dijo: “Por Mí mismo he jurado”.

Los hijos de Israel prosperaron entre el desahogo y la abundancia y entre el esplendor suavizante de aquella tierra. Fueron ellos los colonos favorecidos. Se les dio lo mejor de la tierra. Tuvieron puestos honorables y bien pagados bajo los reyes egipcios (Gn 47.1-12, 27). Sobre todo, el favor de Dios era con ellos. El mantenía Su Pacto con Abraham y lo que había expresado de que su simiente sería una multitud como las estrellas del cielo, y como la arena que está a la orilla del mar. Su incremento fue maravilloso. Dios estaba haciendo de ellos una gran nación que sería Su testigo sobre la tierra.

Las Escrituras repetidamente dirigen nuestra atención al crecimiento maravilloso del pueblo del Pacto Divino: “Y los hijos de Israel crecieron, y se multiplicaron, y fueron aumentados y corroborados en extremo; y se llenó la tierra de ellos” (Éx 1.7).

Durante los 210 años de la permanencia de los hijos de Israel en Egipto, su número se aumentó de 70 hasta 3,000.000. La cronología muestra que pasaron en Egipto 210 años. Este dato presenta a primera vista una dificultad con otros pasajes de las Escrituras como Éxodo 12.40 que parece indicar que el período de su residencia en Egipto fue de 430 años. Sin embargo, la traducción de la Septuaginta dice como sigue: “La residencia de los hijos y de sus padres los cuales habitaron en la tierra de Canaán y en la tierra de Egipto”.

Gálatas 3.16-17 arroja luz sobre esta cuestión al mostrar que este período comenzó en la fecha de la promesa dada a Abraham y se extendió hasta el tiempo en que fueron libertados los hijos, lo cual da un total de 430 años; Abraham, después de que recibió el llamamiento de Dios, habitó en Harán cinco años. Entre la entrada a Canaán y el nacimiento de Isaac pasaron veinticinco años. Desde el nacimiento de Isaac hasta el nacimiento de Jacob, hay un período de sesenta años. Jacob tenía 130 años cuando entró a Egipto. Todo este intervalo llega a 220 años; agregando los 213 años a que hicimos referencia, dan un total de 430 años... los 430 años de residencia desde Abraham hasta la liberación de Egipto.


III. La Persecución del Pueblo del Pacto Divino

En la lección pasada vimos que la obra de Satanás consistía en destruir a “la simiente de la mujer” por medio de la cual habría de venir el Redentor prometido. Ahora, habiéndose especificado que el Redentor procedería de “la simiente de Abraham”, Satanás trata de destruir al pueblo del Pacto Divino.

Después de un período de 100 años en Egipto durante los cuales los israelitas se convirtieron en un pueblo poderoso, Satanás busca la manera de destruirlos. Satanás llenó de miedo el corazón de los gobernantes de Egipto, y de un temor mal fundado de que los israelitas que eran tan poderosos en número pudieran unirse a los enemigos de los egipcios en tiempo de guerra (Éx 1.8-10).

Luego siguieron consejos de opresión sistemática y de esclavitud, de tiranía y de crueldad (Éx 1.10-14). Sin embargo, el crecimiento de Israel fue parte del plan divino para Su pueblo del Pacto, y nadie en el mundo podría hacer nada para impedirlo. Mientras más los afligían, más se multiplicaban y crecían (Éx 1.15-22). El trato que los esclavos recibían de los egipcios era algunas veces demasiado horrible. Las mutilaciones y las torturas de que eran objeto los israelitas, con la orden de que todo hijo fuera muerto o arrojado al río, eran de un carácter satánico.

La persecución que Israel sufre es tan grande que pide al Dios del Pacto que los libre. Él escucha Su clamor y recuerda Su Pacto con Abraham, Isaac y Jacob. El Dios guardador del Pacto desciende a librar a Su pueblo de la esclavitud: “Y dijo: No te llegues acá; quita tus zapatos de tus pies, porque el lugar en que estás, tierra santa es. Y dijo: Yo soy el Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob” (Éx 3.5-8).

Éxodo 2 nos relata el nacimiento de Moisés y todo lo que se refiere a su vida, hasta el momento en que recibe el llamado de Dios. Notamos aquí dos hechos. El haber escondido al niño Moisés en el banco del río, acto que ejecutó su madre, y más tarde la renuncia de Moisés a Egipto, no fueron actos irreflexivos. Hebreos 11.23-27 nos muestra que ambos actos se basaron sobre la fe en el Dios guardador del Pacto: “Por fe Moisés, nacido, fue escondido por sus padres durante tres meses... Por fe Moisés, hecho ya grande, rehusó ser llamado hijo de la hija de Faraón... Por fe dejo a Egipto, no temiendo la ira del rey”.

Éxodo 3 y 4 nos presentan el llamamiento de Moisés incluyendo el relato de la zarza ardiente; la revelación que Dios le hizo acerca de Sus planes para librar a los israelitas; la vacilación de Moisés para responder y el permiso concedido para que Aarón le acompañara. Notamos el poder dado a la vara de Moisés por medio de la cual podía obrar milagros. Notamos, además, que Dios se manifestó a Moisés no sólo como el Dios guardador del Pacto, sino también como el Dios obrador de milagros.

Éxodo 4.20-26 revela el lugar tan importante que tuvo el Pacto de Sangre. Moisés había descuidado la circuncisión de su primogénito; había sido infiel al Pacto. Yendo del desierto de Sinaí a Egipto con un mensaje de Dios con respecto al primogénito de los egipcios que no estaba dentro del pacto, le salió al encuentro una providencia pavorosa y se encaró a la muerte, “le salió al encuentro Jehová, y quiso matarlo”. Parece que tanto Moisés como su esposa se dieron cuenta de que estaban siendo separados de una participación posterior en los planes del pacto divino para los descendientes de Abraham, por no haber cumplido sus obligaciones en el Pacto de Abraham, al no circuncidar a su hijo.

En nuestra siguiente lección seremos espectadores del conflicto más poderoso de la historia. De un lado, todo el poder, la riqueza y el esplendor de Egipto; sus conocimientos, su orgullo y la dependencia segura que tenía en sus dioses. Por el otro lado, un hombre pobre, débil, anciano, quebrantado y desacreditado. El único seguidor que tenía era su hermano Aarón. No es una procesión formidable la que hacen estos dos hombres al pasar por las puertas del palacio y pedir una audiencia del rey. Y los egipcios festivos y mordaces deben haber disfrutado de más de una broma a sus expensas. Pero en el fondo había una sensación de asombro. ¡Ninguna generación había presenciado algo semejante!

Dos esclavos exigiendo libertad, no para sí mismos, sino para tres millones de personas. Exigiéndola una y otra vez después de repetidas negativas del Faraón, el rey-dios de la civilización más poderosa de ese tiempo. Veremos como la burla desaparece ante la persistencia de estos hombres, y que el asombro se convierte en miedo. Las mejillas palidecen y el corazón tiembla al ruido de sus pisadas. Estos dos hombres del Pacto de Sangre tienen en sus manos el destino de Egipto y dejan escritas sobre la tierra palabras que siguieron viviendo después de que su grandeza pasó.

Antes de estudiar la salida de los hijos de Israel de Egipto, nos servirá de mucho observar algunos hechos relacionados con los reyes egipcios.

El príncipe que ascendía al trono de Egipto se transfiguraba a los ojos de sus súbditos. Para la mente de los egipcios, el Faraón era igualmente hombre y dios. Lenormant escribe: “Podemos imaginar el prestigio que tal exaltación confería al poder soberano en Egipto”. Los egipcios, a los ojos del rey, no eran sino esclavos trémulos obligados por motivos religiosos a ejecutar sus órdenes ciegamente.

Se le tributaba adoración como a la divinidad. Sus ministros y él ocupaban dos plataformas diferentes. El Faraón se sentaba aparte y solo. Cuando él hablaba, el asunto quedaba concluido. A él solamente se dirigían las demandas a dios, y sobre él quedaba la responsabilidad de la injusticia continua y de la negación de peticiones.

Ahora entendemos por qué el Faraón se presenta como el único hombre en todo Egipto con quien el libertador de los Israelitas contiende. Palabras como estas adquieren un nuevo significado cuando se consideran a la luz de estos hechos: “Para que conozcas que no hay como Jehová nuestro Dios”...“Y aquel día yo apartaré la tierra de Gosén, en la cual mi pueblo habita, para que ninguna suerte de moscas haya en ella; a fin de que sepas que yo (un Yo enfático y no tú,— Yo, no tus dioses) soy Jehová en medio de la tierra. Y yo pondré división entre mi pueblo y el tuyoÉx 8.10, 22-23.

Dios y Su pueblo están de un lado; Faraón y su pueblo están del otro. Es una competencia entre el Dios vivo y verdadero y uno que pretende serlo. Dios tiene que romper en pedazos al ídolo y dejarlo derribado para libertar a Su pueblo.


PREGUNTAS

1. Señale el lugar, geográficamente, que los israelitas tuvieron como testigos.

2. Dé un resumen breve del carácter de Isaac, de Jacob y de José.

3. ¿Cómo usó Dios a José para preservar a Su pueblo?

4. Describa la vida de los israelitas en Egipto antes de su persecución.

5. ¿Quién fue la causa de que los gobernantes de Egipto oprimieran a los hijos de Israel? ¿Y por qué lo hizo?

6. ¿Cómo se explica el porqué los padres de Moisés lo escondieron de niño y porqué renunció a Egipto?

7. ¿Por qué Dios descendió para libertar a los israelitas?

8. ¿Por qué Dios trató de matar a Moisés?

9. ¿Quiénes estaban implicados en el poderoso conflicto que tuvo lugar en la liberación de Israel?

10. ¿Por qué Dios tuvo que humillar a Faraón?



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