LA LEY DE LA NUEVA CREACIÓN
Nuestras dos últimas lecciones trataron del Señorío de Cristo quien es la Cabeza de la nueva creación: “Y él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, él que es el principio, el primogénito de los muertos, para que en todo tenga el primado” (Col 1.18).
Ya hemos visto que el Señorío de Cristo, nuestra Cabeza, sobre el pecado, sobre la enfermedad, sobre Satanás y sobre las circunstancias, significa que somos libres de todo eso como Él lo es. El Señorío de Cristo significa que el pecado y la enfermedad ya no son problemas, y ya no existen para la nueva creación. No hay necesidad de más luchas con el pecado, de más batallas con el adversario; sólo tenemos que actuar sobre la Palabra de Dios.
Al estudiar la historia de la iglesia nos damos cuenta de cuán poco han entendido de la redención los grandes conductores espirituales. Durante el periodo de 1,000 años, que duró la época del oscurantismo, se perdió, para la iglesia, el significado de la redención en Cristo independientemente de las obras. Tal confusión ha ejercido su influencia sobre nosotros desde la época de la Reforma hasta nuestros días, hasta el punto de que ha sido difícil para la iglesia comprender verdaderamente la redención.
Al leer cualquier libro sobre las experiencias de cristianos famosos del pasado, podemos ver cómo el problema del pecado y de la debilidad dominaba en su vida, y cuán poco comprendían la redención. En el mensaje contenido en la redención, Dios enfáticamente declara que el problema del pecado ha sido liquidado. Nos muestra de una vez por todas que Cristo quitó el pecado y que no hay más necesidad de ofrenda por el mismo. Él está satisfecho con Su Obra en Cristo (lea y estudie cuidadosamente los siguientes pasajes: Hebreos 9.12, 26; 10.10, 14, 18).
La iglesia ha estado luchando con el problema del pecado a pesar de que Dios nos declara en Su Palabra que Él ya lo ha resuelto, y que ya no hay necesidad de más ofrenda por el pecado, y que ya no es necesario preocuparse por él.
Dios nos muestra que la nueva creación queda liberada aun de la conciencia de pecado. Nótese lo que dice Hebreos 10.1-3: “Porque la. ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios, que ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se allegan. De otra manera cesarían de ofrecerse, porque los que tributan este culto, limpios de una vez, no tendrían más conciencia de pecado”.
Nótese que la Palabra declara que los sacrificios bajo el Antiguo Pacto no perfeccionan a los que los ofrecen. Nos dice que si fuera así, los adoradores habrían sido libertados de la conciencia de pecado. Por consiguiente, Dios no estaba satisfecho (léase He 10.5, 14) y envió a Su Hijo para que hiciera lo que la ley y sus sacrificios, no podían hacer; es decir, perfeccionar a aquellos que ofrecían dichos sacrificios. Él declara en el versículo 14: “Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados”. Él ha perfeccionado a la nueva creación por una redención eterna y completa: “Mas por Su propia sangre, entró una sola vez por todas en el santuario, habiendo obtenido redención eterna” (He 9.12).
El ha hecho libre a la nueva creación aun de la conciencia de pecado. Satanás ha hecho a la iglesia consciente de pecado cuando debiera haber estado consciente de amor. Con la mente ocupada en el problema del pecado, la iglesia ha perdido su verdadero objetivo. Con una mente gobernada por la conciencia de pecado, la iglesia ha fracasado en tener la mente de Cristo.
I. La Cuestión del Amor
Hay solamente una cuestión importante para la nueva creación, y es “andar en amor”. Hay solamente una ley que gobierna a la nueva creación, la Ley del amor. Hay un mandamiento que ha recibido, el mandamiento del amor: “Un nuevo mandamiento os doy, que os améis unos a otros; como os he amado, que también os améis los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Jn 13.34-35).
El único problema que la nueva creación tiene se nos da en Filipenses 2.5-6: “Haya, pues, en vosotros, este sentir que hubo también en Cristo Jesús; el cual, siendo en forma de Dios, no tuvo por usurpación ser igual a Dios; sin embargo, se anonadó a Sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y hallado en la condición como hombre se humilló a Sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”.
El autor de la epístola nos manifiesta aquí, que espera que la nueva creación tenga la misma mente de Cristo. Esto revela una redención completa. El Dios omnipotente del universo está diciendo: “Os he redimido tan completamente del pecado, de la debilidad, de la enfermedad, de las circunstancias y de todas las obras del adversario, que espero que vosotros tengáis la misma mente de mi Hijo. Como el hombre piensa en su corazón, así es”.
Él nos está diciendo: “Yo deseo que vosotros penséis como piensa mi Hijo: que seáis como Él es; que viváis como Él viviría si estuviera en vuestro lugar; que actuéis como Él actuaría; que seáis como Él sería”. “Que haya en vosotros la misma mente que hubo en Cristo Jesús”. Este es el problema que la nueva creación encara; la mente de Cristo se manifestó en una actitud de amor y humildad. Nosotros sabemos lo que es el amor por la revelación de Su vida: “En esto hemos conocido el amor, porque Él puso Su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos” (1Jn 3.16).
Él existió en forma de Dios. Todo lo que Dios era, Él fue. Él era la misma imagen de Su substancia (He 1.3). Él pensó como Dios pensó. Vivió como Dios vivió. Amó como Dios amó. Existió en forma de Dios. Él era tan perfectamente uno con Dios, que dijo a Felipe: “El que me ha visto ha visto al Padre” (Jn 14.9).
El realmente dijo esto: “Felipe, durante los tres años que ustedes han estado conmigo, han visto al Padre, la misma substancia de Su Naturaleza. En mis actos, han visto los actos del Padre; en mis palabras han escuchado la palabras del Padre; en Mí, han visto al Padre, porque Él y Yo somos uno”. Jesús existió en forma de Dios. Todo lo que la palabra “Dios” significa, Él lo fue. Vivió en absoluta igualdad con Él. Nuestra mente no puede comprender todo el significado de la palabra “Dios”, porque somos hechura de Su mente y de Sus manos, pero “los cielos declaran la gloria de Dios; y el firmamento nos muestra la obra de Sus manos” (Sal 19.1).
Nosotros estudiamos el Universo que nos rodea conscientes de que éste es la obra de Sus manos. La grandeza del universo está más allá de nuestra comprensión. Nosotros no podemos sondear la distancia de las estrellas que se encuentran a quintillones de kilómetros de nosotros. Sabemos que el Creador de esta inmensa obra es más grande todavía. Sabemos que en los dominios del átomo invisible se manifiesta el mismo orden inteligente que gobierna el Universo de las estrellas. Y sabemos que el Creador es tan inteligente como el orden inteligente de la creación.
El Universo contiene personas que piensan, sienten, aman, sufren, seleccionan y determinan. Y sabemos que el Creador de estos seres personales debe ser personal también. La Palabra “Dios” eso mismo significa para nosotros. Todo lo que significa eso es Él. Él es un Dios de amor, y el amor, lo obligó a hacer lo siguiente: se despojó de Su gloria. Él, que era igual a Dios, tomó la forma de siervo. Fue hallado en la condición y semejanza de hombre. Cambió la forma de Dios por la forma de un hombre.
Él, el Creador, tomó la forma de la obra de Sus manos; Él, el Creador, se despojó y se limitó hasta el grado de que vivió y anduvo en Su propia Creación. Él, por quien había sido creado este vasto e inconmensurable Universo, vino a habitar en este pequeño planeta; nuestra tierra. Luego, se humilló a Sí mismo, se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Y Él, que era tan santo como Dios, tan intocable por el pecado como Él, fue hecho pecado (2Co 5.21).
El sufrimiento divino causado a Cristo cuando fue hecho pecado, es único. No tiene analogía. No podemos medirlo con nada de lo que conocemos. El Pecado de Adán, la naturaleza pecaminosa que pasó a todos los hombres, todo lo terrible de ello traspasó el corazón de Dios mismo.
II. La Fe de Cristo en el Amor
Nos preguntamos, ¿por qué lo hizo así? ¿Por qué tan tremendo sacrificio hecho por Uno tan grande? La respuesta es: el Hijo de Dios creyó en el amor. Dios es amor. En esto se manifestó Su amor: “Porque Cristo, cuando aún éramos flacos, a su tiempo murió por los impíos. Ciertamente apenas muere alguno por un justo; con todo podrá ser que alguno osara morir por el bueno. Mas Dios encarece Su caridad para con nosotros, porque siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Ro 5.6-8). “Porque Cristo no se agradó a sí mismo; antes bien, como está escrito: Los vituperios de los que te vituperan cayeron sobre mí” (Ro 15.3).
Los reproches del hombre que había reprochado a Dios, cayeron sobre Él. Los pecados del hombre que había pecado contra Dios, cayeron sobre Él. El juicio del hombre cayó sobre Él. Las enfermedades, las debilidades del hombre cayeron sobre Él. En esto se manifestó Su amor. El Hijo de Dios encaró el problema del pecado, la entrada de éste en el mundo por el crimen de alta traición de Adán, y su imperio sobre el género humano.
El sabía que por el sacrificio de Sí mismo podría quitar el pecado. Sabía que podría sufrir en lugar del hombre. Sabía que podría reducir a Satanás a la nada en favor del hombre. Él creía en el amor y obedeció los dictados del amor. Él conocía la recompensa del amor. Sabía que experimentaría gran gozo cuando el amor hubiera triunfado. Conocía los frutos que el amor recogería. Sabía que el amor habría de triunfar.
III. El Problema de la Nueva Creación
Ahora el problema, la cuestión que la nueva creación encara, es el mismo problema que Cristo encaró. El hombre que se ha convertido en una nueva creación en Cristo, encara la necesidad del hombre espiritualmente muerto. No le es dado el morir por otros como lo hizo Cristo, pero su lugar es tan esencial como lo fue el de Cristo. A la nueva creación se ha encomendado el mensaje de la redención para entregarlo a la humanidad: “Y todo esto es de Dios, el cual nos reconcilió a sí por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; porque ciertamente Dios estaba en Cristo reconciliando el mundo a sí, no imputándole sus pecados, y puso en nosotros la palabra de la reconciliación; así que, somos embajadores en nombre de Cristo” (2Co 5.18-19).
La obra de Cristo fue la de efectuar la reconciliación entre Dios y el hombre: “Y por él reconciliar todas las cosas a sí, pacificando por la sangre de su cruz, así lo que está en la tierra como lo que está en los cielos... En el cuerpo de su carne por medio de muerte, para haceros santos, y sin mancha, e irreprensibles delante de él” (Col 1.20, 22).
Efesios 2.11-22 también muestra Su reconciliación entre Dios y el hombre. Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo a Sí, pero nos ha encomendado a nosotros, los nuevos hombres en Cristo, el mensaje de la reconciliación. Cristo creyó en el amor e hizo Su parte. Aparentemente la redención había fracasado. Cuán pocos han sido alcanzados con el mensaje de la reconciliación. Pero Dios no ha fracasado y Cristo tampoco. Es el Cuerpo de Cristo (Su iglesia) el que ha fallado en llevar el mensaje de la redención a la humanidad. Si el Cuerpo de Cristo hubiera sido de la misma mente de Cristo, la historia del mundo habría sido diferente.
Pablo vio el problema real que encara la nueva creación y nos lo menciona en 2 Corintios 5.13-14: “Porque si estamos locos, es para Dios; y si somos cuerdos, es para vosotros. Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: Que si uno murió por todos, luego todos son muertos”. Pablo creyó en el amor a tal grado, que lo tomaron por loco. La respuesta de Pablo fue: “El amor de Cristo ha tomado posesión de mi corazón. Comprendo que la muerte de Cristo fue la muerte de todos”. El mismo amor que movió a Cristo a morir por el hombre, constriñó el corazón de Pablo y lo obligó a vivir por los demás.
La actitud del amor hacia nuestros semejantes es esta: “Los amo como si yo hubiera muerto por ellos”. El amor nos hará embajadores tan ansiosos de ganar hombres como si hubiéramos muerto por ellos para lograr la reconciliación. Pablo había captado la visión del amor. El gran imperio romano fue evangelizado en gran parte por sus esfuerzos. Pablo creyó en el amor y se fue al mundo pagano como embajador de Cristo, totalmente consciente de que su mensaje sería una ofensa para los judíos, locura para los griegos y un hazmerreír para los romanos.
No obstante, él sabía que sólo el mensaje de la reconciliación en Cristo satisfaría la necesidad del hombre. El testimonio del amor es el siguiente: “Y yo con todo gusto gastaré y me desgastaré enteramente por vuestras almas” (2Co 12.15 Versión A.F.E.B.E.). Dios está diciendo: “Yo deseo que vosotros améis como mi Hijo amó. Vosotros podéis hacerlo porque somos uno. Mi naturaleza es vuestra; mi amor es vuestro”. Nos está pidiendo que nos rindamos al Señorío de Su amor dentro de nosotros: “Porque el amor de Dios está derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos es dado” (Ro 5.5).
Efesios 3.16-19 es nuestro, “Que os dé conforme a la riquezas de Su gloria, el ser corroborados con potencia en el hombre interior por Su espíritu. Que habite Cristo por la fe en vuestros corazones: para que, arraigados y fundados en amor, podáis bien comprender con todos los santos cuál sea la anchura y la longitud y la profundidad y la altura y conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios”.
Él nos llena con Su plenitud para que podamos amar como Él ama. En Romanos 15.1-3 se nos enseña la actitud del amor: “Así que, los que somos más firmes debemos sobrellevar las flaquezas de los flacos, y no agradarnos a nosotros mismos. Cada uno de nosotros agrade a su prójimo en bien, a edificación. Porque Cristo no se agradó a sí mismo; antes bien, como está escrito: Los vituperios de los que te vituperan, cayeron sobre mí”.
El amor lleva las debilidades del débil como si fueran suyas. Cristo no se agradó a Sí mismo, sino que llevó los pecados, las enfermedades y el juicio de los demás. El amor no critica ni condena, pero sí obliga a que la nueva creación en Cristo ore por el que está dominado por el pecado como si él mismo hubiera sido hecho pecado por su prójimo. El amor nos constreñirá a orar por los enfermos como si nosotros fuéramos los que habríamos de sufrir sus enfermedades y sus dolores. Amar, es tener la mente de Cristo. El nuevo hombre en Cristo, que toma el lugar de Cristo, tiene una deuda de amor con la humanidad: “No debáis a nadie nada, sino amaros unos a otros” (Ro 13.8). Es este el problema que la nueva creación encara, la deuda de amor que tenemos con la humanidad.
PREGUNTAS
1. ¿Por qué la iglesia no ha podido ver una redención completa?
2. Cite y explique algunos pasajes donde se demuestre que Dios considera resuelto el problema del pecado.
3. ¿Por qué la iglesia perdió de vista el verdadero problema que la nueva creación encara?
4. Dé una explicación de Filipenses 2.5-6.
5. ¿Cuál es la obra encomendada al Cuerpo de Cristo?
6. ¿Cual es el significado de la confesión de Pablo en 2 Corintios 5.14?
7. ¿Cuál es la actitud del amor hacia los perdidos y los enfermos?
8. ¿Cómo hizo Dios posible para nosotros el amar como Cristo amó?
9. Explique Romanos 13.8.