viernes, 1 de octubre de 2021

Estudios Básicos de la Biblia - E. W. Kenyon - Lección 19


Lección 19
LA VIDA DEL ENCARNADO

I. La Plenitud del Tiempo

En nuestra lección última estudiamos la necesidad que el hombre tenía de una encarnación y las promesas que el Dios-Padre hizo concernientes a la venida del Encarnado. Gálatas 4.4 afirma que cuando se cumplió el tiempo, Dios envió a Su Hijo en la encarnación. Cuando Cristo nació hace 2,000 años, era el tiempo preciso para Su venida.

La civilización griega nos hizo un gran servicio preparando el camino para el cristianismo y dando al mundo un lenguaje universal, el más hermoso, el más flexible y el más expresivo que haya conocido la humanidad.

Cuando Cristo apareció, el poder político del mundo estaba en las manos de Roma. Ella había conquistado y unido bajo un solo gobierno, a toda esa parte del mundo que limitaba el Mediterráneo. Nunca la paz había predominado como entonces; nunca la vida y la propiedad estuvieron tan seguras; nunca el viajar había sido tan fácil. Los romanos fueron grandes constructores de caminos. En su esfuerzo por conquistar el mundo y por civilizarlo, construyeron muchos caminos para sus ejércitos. Se habían establecido líneas de navíos con el oriente, y tanto los caminos como los navíos se convirtieron en los medios de llevar el Evangelio al mundo.


II. El Anhelo Universal de una Encarnación

Vemos en ello que Dios en Su providencia había arreglado las condiciones necesarias para que las Buenas Nuevas de la redención pudieran ser proclamadas con rapidez en todo el mundo. Por otra parte, el mundo romano presentaba, al nacer Cristo, el cuadro más deplorable de degeneración moral de toda la historia humana.

En el mundo entero no había nada que pudiera dar esperanza o consuelo a la humanidad en tinieblas. En medio de esta condición de desaliento y fracaso, había un anhelo de liberación. La esperanza de un Redentor flotaba en el ambiente. La profecía hebrea que había guardado silencio durante cuatro siglos, había despertado en el judío cierta expectación mesiánica. Aun la mente pagana deseaba ardientemente un libertador.

Los magos del oriente que siguieron la estrella representaban el anhelo universal de un Redentor. Los ojos del mundo, en su expectación, se volvían hacia Palestina. En la plenitud de los tiempos Jesús, el Cristo, nacería en Belén de Judea trayendo la respuesta al anhelo milenario del hombre universal sometido largo tiempo al dominio de la muerte espiritual.

Solamente Dios conocía la apremiante necesidad en el hombre, y solamente Él podía satisfacer esa demanda. Tal demanda era la encarnación. El hombre de todos los siglos había deseado con ansiedad e instintivamente, una encarnación. Hay tres cosas que el hombre natural ha deseado: tener compañerismo con Dios; poseer la vida Divina (eterna) y tener la fortaleza de Dios. El hombre primitivo ansiaba vivamente una Encarnación. Cada una de las religiones de la antigüedad trataba de responder a ese anhelo.

El Dr. Trumbulí, en su libro “El pacto de Sangre”, nos dice lo siguiente acerca del hombre primitivo y sus anhelos de una encarnación: “Tras la idea de una inspiración lograda mediante la mutua intercirculación de sangres que representa a Dios, ha habido en la mente del hombre primitivo la idea de una posible inter-comunión con Dios mediante un pacto mutuo con Él por medio de la sangre. Dios es vida. Toda vida provine de Dios y le pertenece a Él. La sangre es la vida. Por consiguiente, la sangre como vida, puede ser un medio de unión interna del hombre con Dios”.

Así como en el más íntimo y sagrado de los pactos entre hombre y hombre, es una posibilidad la absoluta fusión de dos naturalezas humanas en una, por medio de un fluir mutuo de sangre común, así también el más íntimo y sagrado de los pactos entre el hombre y Dios y la unión recíproca de la naturaleza humana con la Divina, han sido considerados como una posibilidad por medio del ofrecimiento y la aceptación de una vida común, tal y como ocurre en un fluir mutuo de sangres”. “El hombre ha considerado, ya sea su propia sangre o la de un Sustituto, un medio de inter-unión con Dios o con los dioses. Ha estimado que la efusión de sangre hacia Dios es un acto de gratitud o de afecto, una prueba de confianza amorosa, un medio de unión recíproca con Él. Este parece haber sido el concepto primitivo universal de la humanidad. Y una prueba de la confianza del hombre en realizar su unión recíproca con Dios o con los dioses, por medio de la sangre, ha sido la práctica también universal de la inter-comunión del hombre con Dios, o con los dioses, demostrada en el comer del cuerpo de la víctima sacrificada, cuya sangre es el medio de inter-unión divino-humana”. Todos los pueblos primitivos han bebido la sangre de las víctimas sacrificadas, buscando, de ese modo, la unidad con Dios. Los dioses de los griegos y de los romanos eran considerados como encarnaciones. Se les atribuía inmortalidad, y les reputaban como seres humanos superiores. Muchas veces los reyes de las antiguas civilizaciones fueron considerados descendientes de los dioses y adorados como encarnaciones.

Hoy, todavía el hombre anhela con vehemencia una encarnación. La educación no ha eliminado este anhelo del espíritu del hombre. Todas las religiones modernas tratan de responder a este anhelo. Aquellos que hoy pretenden ser encarnaciones, son seguidos por muchos. No sólo los ignorantes buscan una encarnación, sino también la gente educada. Mucha de la gente intelectual y más educada, se ha convertido en seguidora de las sectas modernas que enseñan que el hombre es Divino y que Dios, espontáneamente habita en el hombre y está esperando que el hombre se de cuenta de ello.

Vemos, pues, que el hombre, desde el momento en que murió espiritualmente, ha sentido hambre de unirse con la Deidad, ha sentido el vehemente anhelo de encontrar un hombre-Dios.


III. Dios Manifestado en Carne

¡Cuán desesperadamente necesitaba el hombre la Divina Encarnación! ¡Cuán largos y penosos fueron los años de separación entre el hombre y Dios! El hombre, nacido en un mundo gobernado por Satanás, no conocía a su Creador. Los filósofos, en vano se esforzaron por conocer Su naturaleza; sólo la encarnación de Jesucristo dio al mundo el conocimiento verdadero de la naturaleza de Dios.

Desde el momento en que el hombre murió espiritualmente, Dios y el hombre quedaron distanciados. El hombre, muerto espiritualmente, estaba incapacitado para conocer la naturaleza de Su Creador, sin una revelación de Él. El hombre había rechazado la revelación Divina y en su ceguera mental, ¡cuán falsos habían sido sus conceptos acerca de Dios! El concepto que una nación tenga de Dios determina el tipo de su adoración y de su vida como nación.

Cuando contemplamos la ignorancia y la miseria indecible de las naciones paganas, entendemos que ello se debe al concepto sombrío que se tiene de Dios. Dios ha sido concebido en la mente del hombre como un ser fantasmagórico. Como un Dios cruel, grotesco, inmoral; como algo lejano, como energía impersonal; pero nunca como un Dios de amor, como el Dios-Padre.

Aun Israel, que poseía una revelación Divina tan clara como Dios pudo dársela al hombre espiritualmente muerto, no tenía el verdadero concepto de Él cuando Cristo vino al mundo.


IV. La Necesidad de Israel

El fruto de la concepción que Israel tenía de Dios fue el fariseo: hombre orgulloso, cruel, carente de bondad, arrogante y egoísta. Israel tenía un concepto tan falso de Dios, que no fue capaz de reconocerlo cuando Él vivió en medio dc ellos: “Y aquel Verbo fue hecho carne y habitó entre nosotros. (Y vimos Su gloria, gloria como del Unigénito del Padre)” (Jn 1.14).

Ha sido nuestra tendencia al pensar en la venida de Cristo a la tierra, como hombre, detenernos a considerar Su propia negación y Sus sufrimientos. Sin embargo, al conocerlo mejor, creemos que fue motivo de verdadera alegría para Él (que amaba tanto al hombre y que deseaba tanto Su compañerismo), venir a la tierra para morar entre nosotros y darnos un verdadero concepto de Él. Esto a pesar de encontrarnos alejados y extrañados del creador.

¡Cuán claramente Cristo comprendió esta fase de Su misión! Juan dijo de Él: “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer” (Jn 1.18). ¡Qué diferente fue Su vida de la vida de los grandes filósofos y maestros religiosos que le precedieron! Todos ellos se presentaron como buscadores de la verdad, pero Él vino como la revelación de la verdad (Jn 14.6). Cristo reveló al Creador como un Dios de amor, como el Dios Santo a quien el hombre podía aproximarse. Juan el Bautista, que fue tan severo con los demás, ante la presencia de este Hombre se postra y dice: “Yo necesito ser bautizado de ti” (Mt 3.14). Este hombre, el mejor de todos los profetas, sintió su profunda necesidad ante la presencia del Encarnado; también los más pecadores de entre los hombres se sintieron atraídos a Él. Los publicanos y pecadores fueron cautivados por Él, les placía sentarse y comer con Él (Mt 9.10; Mr 2.15; Lc 5.30; 15.1). Todos ellos jamás tuvieron miedo de Su santidad; fueron atraídos por Su amor.

Los niños se sentaron sobre Sus rodillas (Mr 10.13). Este Encarnado mostró siempre un gran interés por los niños. Cristo fue el primero que apreció a la niñez. Los niños nunca habían tenido importancia en ninguna nación pagana. Hasta que el niño se convertía en hombre y era de valor militar para el estado, su vida valía algo. Nunca había existido un amor puro y ardiente por los niños. Solamente Cristo logró la elevación de la niñez. El aprecio que hoy tenemos por los niños se debe a que el “Verbo” se hizo carne y habitó entre nosotros.

De la misma manera se consiguió la elevación de la mujer. Los privilegios, la libertad y las bendiciones que la mujer disfruta, se deben a la vida de Cristo y a Sus enseñanzas.


V. Un Dios de Amor

He aquí Uno que demostraba por medio de Su Vida y de Sus Palabras cómo era el corazón del que sostiene el Universo. La creación por sí misma sólo puede manifestarnos que hay un Dios omnipotente; pero no puede revelarnos Su naturaleza. Nosotros no pedimos conocer la omnipotencia de nuestro Creador; eso nos asustaría. No deseamos conocer Su omnisciencia; no la entenderíamos. No pretendemos conocer su omnipresencia; porque nuestra imaginación no la comprendería.

Lo que deseamos conocer es la naturaleza de muestro Creador Su actitud hacia nosotros; si es o no indiferente hacia los humanos o si está interesado en nosotros. Ahora sabemos cómo es Dios; conocemos ahora cual es Su actitud hacia nosotros porque habitó entre nosotros como hombre. Dios es como Cristo. El corazón del Creador es como el corazón que fue quebrantado en la Cruz. Cierto profesor de la Universidad de Yale dijo: “La cuestión que me preocupa no es la divinidad de Jesús, sino si Dios es como Cristo”. ¿No es asombroso que un hombre haya vivido entre nosotros, de tal manera que al pensar en Dios pensemos en Él en términos de este hombre? Podemos transferir cualquier cualidad moral de Jesús a Dios, y ello no disminuye en nada nuestro concepto de Dios. Al contrario, el más alto concepto que podamos tener de Él, es que Dios es como Cristo. Si pensamos en Dios en términos distintos a los de Cristo, rebajamos nuestro concepto de Él.

La vida de Cristo ha esculpido sobre las páginas de la historia de la humanidad, las palabras “Dios es amor” y nadie puede borrar esta frase tan maravillosa. El anhelo profundo del hombre por una encarnación ha sido satisfecho en Jesús. Dios fue manifestado en la carne. Dios vivió como un hombre entre nosotros y nosotros conocemos Su naturaleza. Todo lo que anhelamos que Él sea, lo encontramos en Cristo. Cristo no solamente nos lo reveló como un Dios de Amor, sino también como un Padre. Ninguna otra religión ha tenido jamás un Dios-Padre.

¡Cuánta conmoción hubo entre los judíos cuando Cristo llamó Padre a Dios! Ellos trataron de matarlo porque Él llamaba a Dios Su Padre (Jn 5.18). Los siguientes pasajes de Juan 6.46; 7.29; 8.19; 10.15 y 14.20, demuestran que el concepto de Dios, como Padre fue la idea central del mensaje de Cristo.

Echemos una mirada a la vida de este Encarnado. Fue un hombre en todo el sentido de la palabra; sin embargo, ¿en qué difiere de los demás hombres? La diferencia entre Su vida y la vida de los que le rodeaban no estriba en el hecho de que fuese menos humano que ellos. Estriba más bien en que Él no pertenecía al imperio de la muerte espiritual: “Pues como el Padre tiene vida en Sí mismo, así también ha dado al Hijo que tenga vida en Sí mismo” (Jn 5.26 Versión Moderna). Cristo fue el primer hombre desde que ocurrió la traición de Adán, que pudo hacer una declaración semejante. Declaró que poseía la vida de Dios.

Satanás no tenía dominio sobre Cristo porque Cristo no estaba espiritualmente muerto. Él caminó en perfecta unidad con el Dios-Padre. Vivió dentro de la esfera de Su omnipotencia. La enfermedad no tuvo dominio sobre el cuerpo de Cristo, porque la enfermedad es el resultado de la muerte espiritual.

Por la misma razón, el cuerpo de Cristo no fue mortal. La palabra “mortal” significa “condenado a muerte”. El cuerpo del hombre fue condenado a muerte cuando murió espiritualmente. La muerte espiritual nunca entró en el espíritu de Cristo. Por lo tanto, cuando Él anduvo sobre la tierra, Su cuerpo no estuvo sujeto a la muerte. El cuerpo de este Encarnado no era mortal ni inmortal. Poseía un cuerpo humano perfecto y eterno, de la misma categoría que el cuerpo que poseía Adán antes de morir espiritualmente. Hubiera sido imposible para los hombres quitar la vida a Cristo antes de que Su hora hubiera llegado.

En la cruz, Cristo murió físicamente, porque primero había muerto espiritualmente. Cuando fue hecho pecado por nosotros (2Co 5.21), en Su espíritu se operó cambio. La muerte espiritual fue puesta sobre Él, y Su cuerpo se hizo mortal como aconteció con Adán cuando murió espiritualmente. La palabra hebrea para muerte en Isaías 53.9 está en plural, demostrando que la muerte de Cristo en la cruz fue una muerte doble. Primero espiritual y luego física, como el sustituto del hombre.

En la vida de Jesús, el Hijo del hombre, podemos contemplar la vida que el Dios Padre había proyectado para el hombre. ¡Cuán libre, rica y abundante fue la vida de este Encarnado! Como hombre, anduvo en la tierra libre del dominio de Satanás. Y porque Él era una Encarnación, poseía la capacidad de vivir con los hombres, y como hombre, revelarles a su Creador y también libertarlos de la esclavitud de Satanás.


PREGUNTAS

1. Explique Gálatas 4.4.

2. ¿De qué manera revela la historia que los hombres de la antigüedad anhelaban una encarnación?

3. ¿Busca el hombre actual todavía una encarnación?

4. ¿Por qué los hombres no tenían un verdadero concepto de Dios?

5. Explique Juan 1.18.

6. ¿Qué efectos tuvo la vida de Cristo sobre la niñez y la condición de la mujer en el mundo?

7. ¿Cómo sabemos que Dios es amor?

8. ¿En qué forma reveló Cristo a Dios como un Padre?

9. ¿Por qué la enfermedad y la muerte no tuvieron ningún poder sobre el cuerpo de Jesús?

10. ¿Por qué fue Cristo un hombre libre del dominio de Satanás?



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