viernes, 29 de octubre de 2021

Estudios Básicos de la Biblia - E. W. Kenyon - Lección 28


Lección 28 
EL SEÑORÍO DE CRISTO 
(Continuación) 
 
Continuamos en esta lección nuestro estudio sobre el Señorío de Cristo. En la lección anterior aprendimos que Dios había hecho a Jesús Señor: “Sepa pues ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús que vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo” (Hch 2.36). En esta lección estudiaremos a Cristo como nuestro Señor personal. Veremos lo que Su Señorío significa para nosotros en lo personal. 

Él había muerto como el Cordero de Dios. Había sido crucificado en debilidad: “Porque aunque fue crucificado por flaqueza, empero vive por potencia de Dios” (2Co 13.4). Cuando resucitó, resucitó como Señor. 

En su muerte fue como un cordero, conducido al matadero. Por la opresión y por el juicio fue quitado. Sin embargo, se levantó de entre los muertos como conquistador absoluto. Derrotó a Satanás, quien tenía el señorío sobre el hombre. Lo conquistó delante de sus legiones, delante de sus siervos, en la región tenebrosa de los condenados; y en ese lugar terrible se levantó como el Vencedor y Señor absoluto. Y el permanece hoy, delante de los tres mundos, el cielo, la tierra y el infierno, como el Vencedor absoluto del antiguo enemigo del hombre (He 2.14). 

No nos maravilla el que, recién obtenidas Sus victorias, haya dicho a los discípulos: “Toda potestad me es dada en el Cielo y en la tierra” (Mt 28.18). Él se levantó como Señor, y hoy no existe potestad en el cielo, en la tierra o en el infierno, que no se doblegue ante la autoridad de Su Nombre (Fil 2.9-10). 
 
I.  La Necesidad de Su Señorío 
 
La necesidad personal que tiene el hombre del señorío de Cristo es hoy prácticamente una verdad ignorada. Como regla general, se le enseña al hombre no salvado que necesita el perdón de sus pecados. Lo que en realidad necesita el hombre no salvado, es un nuevo Señor, un nuevo Amo. El hombre natural vive esclavo del pecado y en rebeldía contra Dios porque Satanás es el Señor de su vida. 

El crimen de Adán consistió en entregarse al señorío de Satanás. Satanás es el señor en el imperio de la muerte espiritual: “...al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo” (He 2.14). La humanidad se identificó con Adán en su crimen de alta traición (Ro 5.12), y como resultado de tal identificación quedó sometida al señorío personal de Satanás. 

El hombre vive en el imperio de la muerte espiritual porque Satanás es el señor de su vida. Toda exigencia del hombre, sea material, física, mental o espiritual, se centraliza en el señorío de Satanás sobre su vida. Todo sufrimiento humano es el resultado del señorío satánico sobre la humanidad. El sufrimiento humano puede ser causado por la crueldad y el egoísmo de los demás, por nuestros propios pecados, por la enfermedad, por las circunstancias, pero todo eso pertenece al imperio satánico. 

Por lo tanto, la dificultad del hombre se centraliza en la necesidad de un nuevo Señor. Satanás es un capataz cruel. Él es quien destruye el alma y el cuerpo en el infierno (Mt 10.28). El hombre necesita un Señor-Amor, un Amo-Amor. El propósito de la lección previa fue demostrar que sobre bases legales, el Hijo de Dios destronó a Satanás de su posición como señor del hombre y como dios de este mundo: “Para destruir por la muerte al que tenía el imperio de la muerte, es a saber, al diablo, y librar a los que por el temor de la muerte estaban por toda la vida sujetos a servidumbre” (He 2.14-15). 

Otra traducción del griego dice así: “Para que Él paralizara a aquel que tuvo la autoridad de la muerte”. Las Escrituras son claras al respecto y afirman, que el cruel amo del hombre fue reducido a la nada. Todo hombre y toda mujer no salvados que vivan en la esclavitud de la muerte espiritual, tienen el derecho legal al Señorío Amoroso de Cristo sobre su vida. El Señorío de Cristo significa una nueva naturaleza, una nueva Familia, un nuevo Padre, Cristo murió y resucitó para poder satisfacer la necesidad del hombre de un nuevo Señor: “Porque Cristo para esto murió y resucitó: y volvió a vivir, para ser Señor así de los muertos como de los que viven” (Ro 14.9). 

¡Qué mensaje tan jubiloso, qué nuevas tan alegres tenemos que comunicar al mundo no salvado! ¡El mensaje de este nuevo Señor para el hombre! “Porque el mismo que es Señor de todos, rico es para con todos los que le invocan” (Ro 10.12). Toda necesidad del hombre puede ser satisfecha de acuerdo con las riquezas en gloria en Cristo Jesús. Como la Escritura continúa: “Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo” (Ro 10.13). Por un simple acto en que el hombre invoque a este nuevo Señor, el poder y la autoridad de Satanás, el antiguo señor, serán quebrantados en su vida. Pero, “¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán a aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?” (Ro 10.14). Seamos, pues, fieles en dar a conocer el Señorío de Cristo. 
 
II. Confesar Su Señorío, el Camino a la Salvación 
 
Siendo que la necesidad del hombre solo puede ser satisfecha por el Señorío de Cristo sobre su vida, la confesión de ese Señorío es el camino a la salvación. La redención es toda de gracia. Es la obra de Dios, no del hombre: “Porque por gracia sois salvos por la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios. No por obras, para que nadie se gloríe” (Ef 2.8-9). 

Lo único que le corresponde hacer al hombre es confesar el Señorío de Cristo. Es este el más alto orden de arrepentimiento. El arrepentimiento no consiste en llorar o gritar por los pecados cometidos en el pasado. Un hombre puede entristecerse por la manera en que ha vivido; no obstante el imperio del pecado es el resultado del señorío satánico sobre su vida. El arrepentimiento es algo mucho más profundo que eso. El arrepentimiento es volverse del dominio de Satanás, al Señorío de Cristo. Es confesar ante los hombres y ante los demonios que estamos siguiendo a un nuevo Señor y que lo estamos aceptando en nuestra vida. 

En el momento en que alguno invita a Jesús como el Señor de su vida, la autoridad de Satanás se reduce a la nada y él es liberado de la esclavitud satánica. Para el hombre que sabe cuál es su lugar en Cristo, Satanás es como nada, como si no existiera (He 2.14). Cuando un hombre confiesa el Señorío de Cristo, pasa de la autoridad de Satanás a la autoridad de Cristo: “Quién nos ha librado de la potestad de las tinieblas y trasladado al reino de su amado Hijo” (Col 1.13). 

He aquí lo que acontece en la vida de un hombre cuando confiesa el Señorío de Cristo: Es trasladado de la potestad de las tinieblas al reino de nuestro Señor Jesucristo. Eso significa que la muerte espiritual es erradicada de su espíritu. Termina la esclavitud de Satanás. Recibe la naturaleza de Dios cuando recibe a Cristo, Se convierte en un Hijo de Dios (Jn 1.12). Un gobernante-amoroso es suyo ahora. Se encuentra ya en la familia de Dios y en el reino de Cristo. 

Ahora podemos darnos cuenta del por qué el confesar el Señorío de Cristo es el camino a la salvación. Miles habrían sido salvados de años de sufrimiento si hubieran sabido esto. El confesar el Señorío de Cristo es muy sencillo. Es decir simplemente: “Acepto a Jesucristo como mi Señor y le invito ahora mismo a entrar a mi vida”. 

Se nos dice en Romanos 10:9-10: “Porque si confesares con tu boca a Jesús por Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo; pues con el corazón se cree para justicia, y con la boca se confiesa para salvación”. 

Con la boca se confiesa para salvación”. Dios está atento a Su Palabra para realizarla. Cuando un individuo actúa de acuerdo con ella, confesando el Señorío de Cristo, Dios le imparte Su propia Vida y Naturaleza. Su confesión del Señorío de Cristo es el camino al nuevo nacimiento, el camino a la Salvación.
 
III.  Los Beneficios del Señorío de Cristo 

Así como toda necesidad espiritual del hombre se centralizaba antes en el señorío de Satanás sobre su vida, así toda bendición espiritual se centraliza ahora en el Señorío personal de Cristo sobre la vida del creyente: “Bendito el Dios y Padre del Señor nuestro Jesucristo, el cual nos bendijo con toda bendición espiritual en lugares celestiales en Cristo” (Ef 1.3). La persona que ha aceptado a Jesús como Señor, es bendecida con toda bendición espiritual. 

El verdadero hombre es el espíritu. Toda condición de empobrecimiento en la humanidad ha sido el resultado de la muerte espiritual en el espíritu del hombre. Ser bendecido con toda bendición espiritual, significa unión con la Divinidad, ser llevado de nuevo al reino de Dios, al reino de la omnipotencia. Esto trae como resultado la satisfacción de toda necesidad del hombre, sea mental, física o material. 

El Señorío de Cristo sobre la vida de un individuo significa que el pecado y la enfermedad concluyen. Para el hombre que entiende lo que significa el Señorío de Cristo, el pecado y la enfermedad dejan de ser problemas. El Señorío de Cristo significa libertad del imperio del pecado. Esta revelación Divina que nosotros tenemos nos da una clara comprensión del problema del pecado, de su origen, de su dominio sobre el hombre y de su destrucción. 

La Palabra nos enseña que el pecado entró al mundo por un hombre (Ro 5.12). Romanos 7 nos deja oír el grito sin esperanza de un hombre espiritualmente muerto que desea liberarse de la esclavitud del pecado. Esta fue la experiencia de Pablo antes de nacer de nuevo. Su mente había sido desadormecida por la ley, pero el pecado que moraba en él, le impedía observarla por completo (Ro 7.7-24). El testimonio de Pablo demuestra que él era carnal, vendido al pecado o esclavo del pecado (Ro 7.14). 

Apareció entonces un Hombre con el propósito de quitar el pecado: “Y sabéis que Él se ha manifestado para quitar los pecados, y en Él no hay pecado” (1Jn 3.5, Versión A.F.E.B.E.). Él fue sin pecado. No conoció pecado (2Co 5.21). Nunca antes había conocido sus dolores ni su dominio. Nunca había pasado por la experiencia de Pablo. Pero ahora Jesucristo fue hecho pecado: “Dios le hizo pecado por nosotros” (2Co 5.21). 
Luego Él murió al pecado. Romanos 6.10 (Versión Española A.F.E.B.E.) dice: “La muerte no tiene dominio sobre Él. Porque el morir suyo fue un morir al pecado de una vez para siempre”. Él quitó el pecado: “De otra manera sería necesario que hubiera padecido muchas veces desde el principio del mundo: mas ahora una vez en la consumación de los siglos, para deshacer el pecado se presentó por el sacrificio de sí mismo” (He 9.26). 

Quitó el pecado y lo dejó como si nunca hubiera existido y ahora en Él no hay pecado (1Jn 3.5). Y continúan las Escrituras en el versículo seis: “Cualquiera que permanece en Él, no peca”. El Señorío de Cristo significa una total unidad con Él. Significa una unión tan íntima, que la cohesión de la vid y los pámpanos fue usada por el Espíritu Santo, como una ilustración de ella. Para Cristo el pecado no tiene poder. Él es nuestro Señor. El pecado no tiene poder sobre nosotros como no lo tiene sobre Cristo. Reconocer plenamente el Señorío de Cristo es aceptar que el pecado no tiene ya poder sobre nosotros. 

La tentación para pecar es una fanfarronada del adversario. Hay que tratarla como tal. Durante Su ministerio, Cristo no se preocupó por el pecado o por el poder de éste sobre Su vida. El dijo: “El príncipe de este mundo viene, mas no tiene nada en mí” (Jn 14.30). Cristo ha destruido las obras de Satanás en el corazón del hombre. Esto significa que el pecado ha perdido totalmente su poder sobre la nueva creación, porque el pecado tiene su origen en Satanás: “El que hace pecado es del diablo, porque el diablo peca desde el principio; para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo” (1Jn 3.8). 

Si el pecado tiene su origen en Satanás, y si Satanás ha sido reducido a la nada, podemos fácilmente entender que las obras de Satanás han sido destruidas y que ya no tiene ningún poder sobre la nueva creación. Empero, cabría preguntar: ¿Qué es el pecado para la nueva creación? 

Pecado es todo aquello que nos impide andar en compañerismo con el Padre y el Señor. 1 Juan 1.5-10 nos revela que aquello que impide que andemos en la luz es el pecado. Andar en la luz significa “andar en la luz de Su Palabra”. El Salmo 119.105 declara: “Lámpara es a mis pies Tu Palabra, y lumbrera a mi camino”. La Palabra, nuestra Luz, nos revela nuestro lugar en Cristo, nuestros privilegios y nuestras responsabilidades. Nos revela nuestro lugar de victoria en Cristo. Andar en la luz de Su Palabra es andar en nuestros privilegios y responsabilidades. El pecado, por consiguiente, es todo aquello que motiva que la nueva creación ande en fracasos y debilidades ante la realidad de que Cristo ha sido hecho nuestra fortaleza. La incredulidad que nos aparta del reposo y de la quietud en Él, es pecado; porque “todo lo que no es de fe, es pecado” (Ro 14.23). 

Ya hemos visto que el pecado, cualquiera que sea la forma en que aparezca, no tiene poder sobre la nueva creación. El Cuerpo de Cristo debe comprender esto librándose de los engaños del adversario: “Y el mismo Señor de paz os dé siempre paz en toda manera” (2Ts 3.16). Cristo es el único que puede darnos paz. 
 
PREGUNTAS 
 
1. Describa el Señorío de Satanás sobre el hombre no redimido. 

2. ¿Qué clase de nuevo señorío necesitó el hombre? 

3. Demuestre cómo todo hombre tiene derecho legal al Señorío de Cristo. 

4. Explique por qué es necesario confesar el Señorío de Cristo para ser salvos.
 
5. ¿Qué experiencias personales nos da Pablo en el capítulo siete de Romanos? 

6. Explique claramente por qué el pecado deja de ser un problema para la nueva creación. 

7. Diga cómo la enfermedad no tiene poder sobre la nueva creación. 

8. ¿Por qué el Señorío de Cristo significa ser liberado de toda necesidad? 

9. Explique 2 Tesalonicenses 3.16. 

10. ¿Buscó usted y estudió cuidadosamente cada uno de los pasajes mencionados en esta lección? 
 
 
 

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