jueves, 28 de octubre de 2021

Estudios Básicos de la Biblia - E. W. Kenyon - Lección 27


Lección 27 
EL SEÑORÍO DE CRISTO 
 
Una de las verdades más vitales en esta revelación dada al hombre, es que Jesucristo es el Señor de todo. En nuestros días, en este Universo, Él tiene la posición de Señor. Su ministerio como Señor es tan importante, que no nos atrevimos a incluirlo en la lección 25, en la que tratamos del ministerio actual de Cristo. Conocer que Jesús es Señor, es esencial para una vida cristiana victoriosa; por consiguiente, vamos a dedicar dos lecciones completas a este estudio. 

Como 700 veces en el Nuevo Testamento se le da a Cristo el título de “Señor”. Él ha reconquistado el Señorío sobre la creación perdido por Adán. Él es Señor sobre el pecado, sobre la enfermedad, sobre la muerte y sobre las fuerzas de la naturaleza. Él mantiene la más alta posición en el universo. Sin embargo, la verdad más grande y más dichosa, es que Él se convierte en el Señor personal del hombre. En lecciones anteriores hemos visto el derecho que el hombre tiene a la justicia, a la vida eterna, etc. En esta lección veremos que todo hombre tiene derecho legal a los beneficios del Señorío de Cristo. 

Estudiaremos este asunto en cuatro divisiones. La primera, Satanás el señor; la segunda, Cristo el conquistador; la tercera, Cristo hecho Señor; y la cuarta, Cristo, Señor personal del hombre. En el bosquejo anterior tenemos la historia de la Redención en forma breve. 
 
I.  El Señorío de Satanás 
 
La Palabra nos revela, y los hechos de la vida dan testimonio de ello, que Satanás es el señor del hombre natural, no redimido. Cristo manifestó que reconocía dicho señorío cuando lo llamó el príncipe de este mundo: “Porque viene el príncipe de este mundo; mas no tiene nada en mí” (Jn 14.30). 

En la revelación que Pablo recibió, Satanás es llamado el dios de este mundo. 2 Corintios 4.4, dice: “El dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios”. Satanás y sus legiones son llamados los gobernadores espirituales de este mundo: “Porque no tenemos lucha contra carne y sangre, sino contra principados, contra potestades, contra señores del mundo, gobernadores de estas tinieblas, contra malicias espirituales en el aire” (Ef 6.12). 

El hombre no redimido anda de acuerdo con las leyes de ellos: “En que en otro tiempo anduvisteis conforme a la condición de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora obra en los hijos de desobediencia” (Ef 2.2). No obstante, al principio, Satanás no tuvo esta autoridad sobre el género humano o la creación. Originalmente el hombre fue el señor. Dios le entregó el dominio sobre las obras de la creación haciéndolo participe con Él del gobierno del Universo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces de la mar, y en las aves de los cielos, y en las bestias, y en toda la tierra, y en todo animal que anda arrastrando sobre la tierra” (Gn 1.26-31).
 
Todavía el hombre, aun en su estado más bajo y de sometimiento, lleva dentro de sí rasgos de su posición original como copartícipe de Dios en el gobierno del Universo. En sus descubrimientos en el terreno de la ciencia, en sus clasificaciones del conocimiento, en su comprensión y uso de las fuerzas de la naturaleza, ha demostrado su capacidad mental para asociarse con la mente del Creador. 

Aquel que una vez gobernó la creación todavía demuestra capacidad como copartícipe de Dios en ese gobierno, multiplicando y mejorando los productos de la vida animal y vegetal. Ha hecho brotar las aguas en abundancia; ha convertido los desiertos en jardines; su ser se ha conmovido con las armonías del sonido, de la forma y del color de toda la creación, y las ha reproducido en oratorios, en el mármol, en la tela y en la jardinería. Fue el rey con cetro de la naturaleza. Para él la tierra fue creada y convertida en un hogar. 

Un solo hombre significa más para el corazón de Dios que todo el Universo. Con todo, este hombre obedeció la voz de Satanás, cometió alta traición y se convirtió en su súbdito. Satanás deseaba gobernar este mundo; codiciaba la posición que el hombre tenía, y la ganó convirtiéndose en el señor de éste. Se convirtió en el señor del hombre impartiéndole su naturaleza y llegando a ser para el hombre lo que Dios debió haber sido, su padre (Gn 2.15-17; 3.1-24). 

Por la entrada de la muerte espiritual, que ya hemos estudiado antes, y por su imperio sobre la humanidad, Satanás ha gobernado como Señor (estudie otra vez con todo cuidado: Ro 5.12-17 y compare con He 2.14 acerca de “la autoridad de la muerte”). 

¡Que diluvio de sufrimiento y de miseria ha traído el imperio de Satanás al corazón del hombre! Al hombre se le había entregado el dominio sobre las obras de la mano de Dios, y él puso ese vasto dominio en las manos de Satanás. De señor se convirtió en esclavo. Aun los reinos animal y vegetal han gemido bajo el señorío de Satanás (Ro 8.20-24). 

Pero Dios no dejó al hombre en esta condición desesperada para sufrir eternamente bajo el reinado de Satanás. En presencia misma del crimen de alta traición de Adán, dio la promesa de Uno que legalmente quebrantaría el señorío de Satanás sobre el género humano (Gn 3.15-18). Ya hemos estudiado antes el significado completo de esta profecía. 
 
II.  Cristo, el Conquistador 
 
Dios no podía anular lo que Adán había hecho y el hombre debía esperar hasta que llegara el libertador. 

Cristo ha quebrantado el señorío de Satanás sobre el género humano. Ha reducido por completo a la nada a aquel que por siglos mantuvo la autoridad en el imperio de la muerte (He 2.14). Hay aquí algunas cosas sobre las cuales deseamos llamar la atención. Cristo no redujo a la nada a Satanás por Sí mismo. Satanás nunca fue señor sobre Cristo. El Hijo de Dios que había existido en la eternidad sobre la misma base de igualdad con el Padre, no fue afectado por el crimen de alta traición de Adán, el cual convirtió a Satanás en el Señor de la humanidad (Fil 2.2-8). 

Aun cuando Él se convirtió en hombre, estuvo libre del dominio satánico, porque no fue engendrado por procreación natural. Él era Dios Encarnado, y por razón de Su Divinidad continuó siendo más grande que Satanás y que sus gobernadores del mundo. Cristo dijo: “el príncipe de este mundo viene, mas no tiene nada en mi” (Jn 14.30). 

La encarnación de Cristo no estableció ningunas relaciones entre Él y Satanás. Su humanidad no se sometió al dios de este mundo. Tuvo la misma clase de humanidad que Adán tenía antes de que cometiera su crimen de alta traición. Por consiguiente, en la vida de Cristo sobre la tierra, tenemos el ejemplo de una vida libre del dominio satánico. Satanás le prestó obediencia: el mal y las enfermedades se doblegaron ante Él y todas las fuerzas de la naturaleza acataron Sus mandatos. Por lo tanto, podemos ver que Cristo no conquistó a Satanás por Sí Mismo. Lo conquistó por causa del hombre. Aunque estaba libre del dominio de Satanás y el hombre no, Cristo pudo quebrantar el poder de la enfermedad sobre la vida del hombre y echar fuera demonios, pero la humanidad permanecía dentro de la autoridad de Satanás. Los hombres necesitaban ser liberados de su señorío. Necesitaban ser liberados de su naturaleza, de la cual surgían el egoísmo, los celos, el pecado, las enfermedades y la rebelión contra Dios. 
El señorío de Satanás sobre la humanidad y sobre el individuo, debía ser quebrantado por un hombre; por lo tanto, sobre la cruz, Cristo se identificó con la muerte espiritual, la naturaleza de Satanás, y como Uno unido a nosotros, conquistó a Satanás en favor del género humano: “Al que no conoció pecado, lo hizo pecado por nosotros, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2Co 5.21). 

Nosotros no entendemos la naturaleza exacta de ese combate, lo que sabemos es que cuando Cristo resucitó de entre los muertos como hombre, y en nuestro favor, arrojó de Sí a las potencias y a los principados que había vencido: “Y despojando los principados y las potestades, los sacó a la vergüenza en público, triunfando de ellos en sí mismo” (Col 2.15). 

Ignoramos la naturaleza exacta de la traición de Adán por medio de la cual Satanás se convirtió en señor de la raza humana, pero no ignoramos que cuando Adán encaró a Dios en el Jardín, ya su naturaleza había sido cambiada; y en su vida dominaba un nuevo señor, Satanás. 

Aunque no sabemos exactamente cómo, sí sabemos que un hombre coronó a Satanás como Señor de la raza humana: “Porque a mí es entregada y a quien quiero la doy” (Lc 4.6-12). Igualmente, no sabemos exactamente como; pero sí sabemos que un hombre, Jesucristo, por medio de Su muerte y Su resurrección destronó a este señor coronado por el hombre, Satanás. 

Y cuando Cristo entró al Lugar Santísimo con Su propia sangre, Dios reconoció que se había verificado para la humanidad la completa redención de la autoridad y del dominio satánico: “Mas por Su propia sangre, entró una sola vez, por todas, en el santuario, habiendo obtenido eterna redención para nosotros” (He 9.12). 

El primer hombre fue arrojado de la presencia de Dios porque Satanás se había convertido en su Señor, y la humanidad entera fue identificada en ese acto (Gn 3.22-24). Entonces llegó el tiempo cuando un hombre que fue hecho pecado y que había sido abandonado de Dios, entró al Lugar Santísimo y fue aceptado gozosamente, porque el imperio de Satanás sobre el hombre había sido reducido a la nada: “En la cual voluntad somos santificados por la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una sola vez” (He 10.10). 

El hombre había sido santificado por la ofrenda de Cristo. Santificar significa apartar, separar. El hombre no solamente había sido libertado del dominio de Satanás, sino que también había sido apartado de la autoridad satánica como lo estaba Cristo antes de que fuera hecho pecado. Se había verificado la remisión de los pecados, resultado de la muerte espiritual: “Pues donde hay remisión de éstos, no hay más ofrenda por pecado” (He 10.18). 

Y el hombre fue declarado perfecto delante de Dios: “Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (He 10.14). Cuando Cristo fue aceptado y se sentó en el Lugar Santísimo a la diestra de Dios, toda la humanidad se sentó también con Él (Ef 2.5-6). Cristo es el conquistador porque ha quebrantado el señorío de Satanás sobre el hombre: “Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por la muerte al que tenía el imperio de la muerte, es a saber, al diablo” (He 2.14). 
 
Cristo, Coronado Señor 
 
Por esta victoria como hombre sobre Satanás, Dios ha coronado a Jesús como Señor. Cuando Cristo se levantó de entre los muertos, se levantó sobre todo gobierno, autoridad, poder y dominio (Ef 1.12-22).
 
Estos “gobiernos”, “autoridades” y “dominios” eran de Satanás. Ahora bien, Cristo fue exaltado no por Sí mismo sino por el hombre, pues Él siempre fue grande. 

Su victoria consistió en lograr la completa liberación del hombre, del yugo, de la tiranía, del poder y del dominio que Satanás ejercía sobre su vida. El dominio que una vez tuvo el hombre no le fue devuelto directamente a él a fin de que no lo perdiera otra vez. Es decir, el señorío perdido le fue entregado a Cristo; Él lo retiene para el hombre. Dios hizo a Cristo Señor: “Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo” (Hch 2.36). 

El Ángel dijo: “Venid, ved el lugar donde el Señor fue puesto” (Mt 28.6). Cristo, el Hijo del hombre, se había levantado de entre los muertos y había quebrantado el señorío de Satanás: “Y cuál aquella supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, por la operación de la potencia de su fortaleza, la cual obró en Cristo, resucitándole de los muertos, y colocándole a su diestra en los cielos, sobre todo principado, y potestad, y potencia, y señorío, y todo nombre que se nombre, no sólo en este siglo, mas aun en el venidero” (Ef 1.19-21). 

Dios le corona Señor cuando le da un Nombre que es sobre todo nombre y le confiere con él la autoridad de Su conquista: “Por lo cual Dios también le ensalzó a lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre; para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y de los que en la tierra, y de los que debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para la gloria de Dios Padre” (Fil 2.9-11). 

Todo lo que Él es, como Señor, lo es para nosotros, porque la autoridad de Su señorío le ha sido conferida en Su Nombre, y ese Nombre es nuestro, como lo hemos visto en lecciones anteriores. Él ha sido hecho Señor por causa de nosotros: “Y sometió todas las cosas debajo de Sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es Su cuerpo, la plenitud de Aquel que hinche todas las cosas en todos” (Ef 1.22-23). 
 
PREGUNTAS 
 
1. Mencione tres pasajes de las Escrituras que muestren que Satanás es el Señor del hombre natural, no redimido. 

2. ¿Cómo adquirió Satanás su autoridad sobre el hombre? 

3. ¿En qué forma el hombre muestra todavía rasgos de su posición original como copartícipe con Dios en el gobierno del universo? 

4. Demuestre claramente por qué Cristo no tuvo que conquistar a Satanás por Sí Mismo. 

5. ¿Qué pasaje de las Escrituras muestra que Satanás nunca tuvo dominio sobre Cristo? 

6. Explique Hebreos 2.14. 

7.,¿Qué revela Colosenses 2.15? 

8. ¿Qué significado hay en el hecho de que Dios aceptó la sangre de Cristo cuando entró al Lugar Santísimo? 

9. Explique Filipenses 2.9-11. 

10.¿Estudió usted con todo cuidado cada pasaje de las Escrituras en esta lección? 
 
 

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