miércoles, 20 de octubre de 2021

Estudios Básicos de la Biblia - E. W. Kenyon - Lección 23



Lección 23 
EL NOMBRE DE JESÚS 
 
Estudiamos en nuestra última lección que Dios había efectuado en Cristo, una nueva creación. Vemos también que sobre la base de la redención en Cristo, todo aquel que recibe al Salvador se convierte en una nueva criatura, en una persona nueva. 

Vimos, en efecto, que cuando una persona recibe a Jesucristo como su Salvador y Señor se realiza una nueva creación dentro de su espíritu. La muerte espiritual es arrancada de su espíritu y él es liberado por completo del dominio mortal satánico: “Que nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo” (Col 1.13). 

Entonces le es impartida a su espíritu la vida eterna, la naturaleza de Dios. Es esta la nueva creación que se efectúa; su espíritu es engendrado de Dios: “Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios” (1Jn 5.1). 

El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida” (1Jn 5.12). 

Todo el que se ha convertido en una Nueva Criatura en Él (2Co 5.17), se ha convertido en hijo de Dios y coheredero con Cristo: “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu que somos hijos de Dios; y si hijos, también herederos; herederos de Dios, y coherederos con Cristo” (Ro 8.16-17). 2 Corintios 5.17 dice: “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”. 

 
I.  Necesidad del Nombre 
 
Aunque aquel que ha sido hecho una nueva creación en Cristo es trasladado del dominio de Satanás, no obstante, permanece en un mundo gobernado por el diablo. 

En 2 Corintios 4.4, Satanás es llamado el dios de este siglo: “En los cuales el dios de este siglo cegó”. En Efesios 2.2, es llamado el príncipe de la potestad del aire: “En que en otro tiempo anduvisteis conforme a la condición de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora obra en los hijos de desobediencia”. Cristo lo llamó el príncipe de este mundo. Satanás y sus fuerzas todavía tienen la oportunidad de atacar al hijo de Dios por medio de tentaciones y pruebas. El aire que nos rodea está lleno de fuerzas hostiles que intentan destruir nuestro compañerismo con el Padre Celestial y privarnos de ser útiles en el servicio del Maestro. Nuestro Padre ha preparado el arma para que la usemos en esta lucha contra Satanás, y no sólo para nosotros mismos, sino también para los hombres dominados por Satanás que nos rodean. 

Esa arma es el Nombre de Jesús. Pero antes de estudiar la autoridad conferida a tal Nombre, estudiaremos cómo lo obtuvo. 
 
II.  La Triple Grandeza del Nombre 
 
Hay autoridad en el Nombre de Jesús porque Él heredó Su nombre; porque alcanzó la autoridad de Su nombre por medio de conquistas, y porque Su nombre le fue conferido. 

En primer lugar, solo podemos medir lo grandioso del Nombre de Jesús al darnos cuenta que este Nombre lo heredó de Dios, el Creador: “En estos postreros días nos ha hablado por el Hijo; al cual constituyó heredero de todo, por el cual asimismo hizo el universo, el cual, siendo el resplandor de Su gloria, y la misma imagen de Su sustancia... alcanzó por herencia más excelente nombre que ellos” (He 1.2, 4). 

Como Aquel que es la imagen exacta de la sustancia del Padre, Su misma refulgencia y el heredero de todas las cosas, ha heredado Su Nombre y la grandeza de Él de Su Padre. El Poder de Su Nombre entonces sólo puede medirse por el poder de Dios. 

En segundo lugar, Él logró la autoridad de Su Nombre por medio de conquistas. Col 2.15 afirma: 

Y despojando los principados y las potestades, las sacó a la vergüenza en público, triunfando sobre ellos en sí mismo”. El cuadro que se nos presenta aquí es el de Cristo trabado en terrible combate contra las huestes de las tinieblas. Este pasaje nos hace entrever la formidable victoria que obtuvo antes de que se levantara de entre los muertos. 

Es evidente que todas las huestes demoníacas, cuando vieron a Jesús bajo su poder intentaron sencillamente hundirlo, abatirlo; y lo mantuvieron en espantosa esclavitud hasta que del trono de Dios salió la voz potente del Señor diciendo que Jesús había satisfecho las demandas de la justicia, que el problema del pecado estaba liquidado y que la redención del hombre era una realidad. Cuando esta voz llegó a las regiones tenebrosas, Jesús se levantó, arrojó de sí a las huestes de demonios y se trabó en tremendo combate con Satanás, como se describe en Hebreos 2.14: “A fin de que por medio de la muerte paralizara a aquel que tenía el dominio de la muerte, esto es, al diablo” (Versión de Rotherham). 

En otras palabras, después de que Cristo se hubo deshecho de las fuerzas demoníacas y de la tremenda carga de la culpa, del pecado y de la enfermedad que había llevado allí con él, luchó contra Satanás, lo conquistó, y lo dejó paralizado, flagelado y derrotado. Las palabras que Jesús usó en Lucas 11.21-22 se han cumplido: “Cuando el fuerte, armado guarda su atrio, en paz está lo que posee. Mas si sobreviniendo otro más fuerte que él, le venciere, le toma todas sus armas en que confiaba, y reparte sus despojos”. 

Así, cuando Cristo se levantó de entre los muertos, no solamente tenía las llaves de la muerte y del infierno, sino que también poseía la armadura en que Satanás confiaba. Había derrotado al diablo; había derrotado a todo el infierno y se irguió ante los tres mundos, el cielo, la tierra y el infierno como el vencedor indiscutible del viejo enemigo del hombre. Conquistó a Satanás delante de sus propios cortesanos, delante de sus servidores en las regiones tenebrosas de los condenados, y allí se irguió como el Vencedor y el Señor absoluto. 

No es de extrañarnos que recién alcanzadas tales victorias haya dicho a los discípulos: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra” (Mt 28.18). Él se destaca como el Señor y el gobernador del universo. Toda esta autoridad sobre los dominios de Satanás le ha sido conferida a ese Nombre. El poder para liberar al hombre de su pecado, de sus enfermedades o de cualquiera otra influencia satánica, le ha sido conferido también a ese Nombre. 

En tercer lugar, la grandeza de Su Nombre le fue conferida u otorgada. En Filipenses 2.9-10 leemos: “Por lo cual Dios también le ensalzó a lo sumo, y le dio un Nombre que es sobre todo nombre, para que en el Nombre de Jesús se doble toda rodilla, de los que están en los cielos, y de los que en la tierra, y de los que debajo de la tierra; toda lengua confiese que Jesucristo es Señor para la gloria de Dios Padre”. 

Lo que inferimos es que había un Nombre conocido en el cielo y desconocido en todas partes, y que ese Nombre se guardaba para conferirse a alguien que lo mereciera; y a Jesús, al que nosotros conocemos, al Hijo Eterno de Dios como es conocido en el seno del Padre, le fue dado este Nombre, para que ante Él se doble toda rodilla en los tres mundos: el cielo, la tierra y el infierno, y toda lengua confiese que Él es Señor de los tres mundos para gloria de Dios el Padre. 
 
III.  ¿Por qué se le Dio Este Nombre? 
 
Cabría preguntar ahora: ¿Por qué se le dio este nombre? Notemos este hecho tremendo: cada mención que se hace del Nombre que Él heredó, conquistó o se le confirió, demuestra que recibió la grandeza de Su Nombre después de que resucitó de entre los muertos. 

Hebreos 1.3-7 nos señala que Él heredó Su Nombre cuando fue vivificado de la muerte espiritual (v. 5). Fue entonces cuando Dios le dijo: “Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy”. 

Hechos 13.33 revela que esto ocurrió en Su Resurrección: “La cual Dios ha cumplido a los hijos de ellos, a nosotros resucitando a Jesús; como también en el Salmo segundo; está escrito, Mi Hijo eres tú, yo te he engendrado hoy”. 

Después de Su Resurrección fue cuando Él reveló que le había sido otorgada autoridad plena en el cielo y en la tierra. 

Efesios 1.19-23 dice que fue colocado por encima de todo poder y dominio. 

Filipenses 2.8-10 revela que fue después de Su resurrección cuando se le confirió el Nombre que es sobre todo nombre, y cuando el Dios-Padre lo exaltó a lo sumo. 

Cabría preguntar además: ¿Por que se le confirió este Nombre? ¿Por qué fue investido de tanta autoridad y dominio? ¿Fue por Él mismo? Durante casi 2,000 años que ha estado a la diestra del Padre, ¿lo ha usado o ha tenido necesidad de Él? Las Escrituras no insinúan nada sobre si Jesús haya usado Su Nombre o lo haya necesitado. El gobierna la creación con Su Palabra y existe sobre una base de igualdad con Dios. 

Cada vez que se menciona en las Escrituras el Nombre de Jesús se hace en relación con Su Cuerpo, la Iglesia. Ese Nombre le fue dado para que la Iglesia hiciera uso de Él. Los que tienen necesidad de echar mano de Su Nombre son todos aquellos que han sido hechos coherederos con Él y están aquí asociados con hombres y mujeres que necesitan ser libertados de Satanás. 

Todo lo que Él tiene por herencia, lo tiene en ese Nombre; todo lo que Él ha realizado, lo ha realizado en ese Nombre; y ese Nombre es para el hombre. Dios ha hecho esta inversión para la Iglesia. Él ha hecho este depósito sobre el cual tiene derecho la Iglesia para tomar lo que necesite y cuando lo necesite. El Nombre que contiene la plenitud de la Divinidad, la riqueza de las Eternidades y la autoridad sobre todo poder o autoridad conocidos en el cielo, en la tierra y en el infierno, nos ha sido dado a nosotros. 

Si pudiéramos investigar en el cielo, con todo su poder y omnipotencia; si pudiéramos investigar en las regiones tenebrosas de los dominios del infierno, con toda su autoridad sobre la humanidad; y si pudiéramos investigar en el mundo entero, no podríamos encontrar ningún otro dominio, ni autoridad, ni poder más grandes que el Nombre de Jesús. 

Tenemos el derecho de usar ese Nombre en contra de nuestros enemigos. Tenemos el derecho de usarlo en nuestras peticiones, en nuestra alabanza y en nuestra adoración. Ese Nombre le fue dado a Él para nosotros y es nuestro hoy. No ha perdido hasta ahora nada de Su poder. 
 
IV.  El Uso del Nombre 
 
Estudiemos ahora lo que este Nombre significa para nosotros. Consideraremos primero las promesas relacionadas con la oración que Jesús hizo con respecto a Su Nombre. 

Tenemos la promesa exclusiva que se nos da en Juan 16.24. Jesús dice: “Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre: pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido”. 

Jesús dice: “Hasta ahora nunca habéis orado en Mi Nombre; pero desde hoy pediréis al Padre en Mi Nombre, y Él os lo concederá”. Esta promesa es tal vez la declaración más difícil de entender que haya salido de los labios del Hombre de Galilea; es decir, que podemos echar mano de Su Nombre, de ese Nombre Omnipotente. 

El no dice: “Si creéis o si tenéis fe”. Sencillamente nos ha dado Su nombre. Es nuestro, y con aquello que es nuestro no necesitamos tener fe para usarlo. Cuando nacimos en la Familia de Dios llegó a ser nuestro el derecho y el privilegio de usar el Nombre de Jesús. El nombre de Jesús toma el lugar de Jesús al obrar milagros y al librar de la autoridad de Satanás, y coloca a Dios en la escena. 

Cuando Cristo estuvo con los discípulos no tenían ellos necesidad del Nombre de Jesús. Él personalmente satisfizo cada necesidad. Pero cuando llegó el tiempo en que debía dejarlos, les dijo que todo lo que pidieran del Padre en Su Nombre, el Padre se los daría. 

Jesús nos dio otra enorme promesa con respecto a Su Nombre en Juan 14.12-14. Acababa de hablar con los discípulos acerca de Su partida de este mundo. Sus corazones estaban entristecidos y turbados por la próxima partida de Jesús. Para ellos, la ausencia de Jesús significaba que todo acabaría. Su ministerio sobre la tierra tendría fin, y todas las obras maravillosas que había realizado para sanar y rescatar a las multitudes, habrían de terminar para siempre. 

Pero ahora Cristo les dice: “De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago también él hará; y mayores que éstas hará porque yo voy al Padre. Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre esto haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo”. Sus obras, les dice, no van a terminar. Al contrario, se van a multiplicar. 

Cuando Cristo estuvo aquí en la carne, estaba limitado por Su cuerpo humano. Solamente podía estar en un lugar al mismo tiempo. Pero al realizarse la redención que convertiría a todo hombre en un hijo de Dios, cada creyente ha sido capacitado para hacer lo que Jesús hacía cuando estuvo en el mundo. 

La razón de ello es la autoridad del Nombre. Jesús dijo: “Haréis mayores obras que yo porque yo voy al Padre, y todo lo que pidiereis al Padre en Mi Nombre yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo”. Lo que realmente afirma es esto: “Vosotros tomaréis mi lugar aquí en la tierra. Yo seré vuestro representante en el cielo, y todo lo que pidiereis en Mi Nombre yo lo justificaré. Será como si yo estuviera en la tierra pidiéndolo del Padre.” 

Él comprendió que la esencia de nuestro conflicto sería con las fuerzas Satánicas, de modo que dijo en Marcos 16.17: “En mi nombre echaréis fuera demonios”. Él nos ha dotado perfectamente bien para ocupar nuestro lugar como Sus representantes, dándonos autoridad sobre toda fuerza e influencia satánicas. En Marcos 16.18, nos dice que en Su Nombre pondremos nuestras manos sobre los enfermos y éstos serán sanados. Los demonios y la enfermedad tienen que obedecer el Nombre de Jesús así como obedecieron Sus palabras. 

¡Ah! ¡Que nuestros ojos fuesen abiertos! ¡Que nuestras almas se atrevieran a elevarse al reino de la Omnipotencia donde el Nombre de Jesús significa para nosotros todo lo que el Padre le confirió! Es ésta, prácticamente, una cumbre inexplorada en la experiencia cristiana. 

Aquí y allá algunos de nosotros hemos experimentado la autoridad de que está investido el Nombre de Jesús, pero ninguno ha sido capaz de permanecer donde podamos disfrutar de la plenitud de este maravilloso poder. 
 
PREGUNTAS 
 
1. ¿Por qué la nueva creación necesita de un arma para usarla en contra de las fuerzas de Satanás? 

2. ¿Cuál es la triple grandeza de Su Nombre? 

3. ¿De qué autoridad está investido el Nombre de Jesús como resultado de sus conquistas? 

4. Explique cómo las palabras de Cristo en Lucas 11.21-22 son una descripción de Él. 

5. ¿Cuándo se le confirió a Jesús la grandeza de Su Nombre? 

6. ¿Jesús necesita hacer uso de Su Nombre? 

7. ¿Por quién le fue dado el Nombre? ¿Y por qué? 

8. ¿Qué se ha depositado en ese Nombre? 

9. ¿Como podemos usar el Nombre de Jesús? 

10. ¿Qué posibilidades ve en esta lección para su propio crecimiento? 
 
 

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